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Perdida en longitud. El grave problema de la navegación a lo largo de los siglos

2004/03/21 Roa Zubia, Guillermo - Elhuyar Zientzia

No acertar el camino es un problema. Y si es un problema en tierra, piensa en el mar. Afortunadamente esto no ocurre muchas veces, porque los que corren peligro de perderse llevan el GPS y las cartas de navegación a bordo. Pero el GPS es una invención moderna.
¿Hasta cuándo el ser humano debía estar perdido en longitud?
Los antiguos marinos, cuando perdían de vista la costa, se sumergían en el reino de la ignorancia. Si el viaje era corto y el tiempo y el propio mar no ponían muchas trabas, no tenían grandes problemas de orientación. Pero las tormentas en el mar son frecuentes y las corrientes empujan fácilmente a los barcos lejos de la dirección inicial. La única solución para navegar es consultar la posición con frecuencia. Es decir, confirmar longitud y latitud.

El sistema de medición de latitud fue propuesto por los antiguos griegos. Para ello, Hiparco propuso estudiar la posición de los astros, ya que al ver por el norte y por el sur estas posiciones cambian como señal esférica de la Tierra. Por supuesto, para utilizar este método es necesario conocer el tamaño de la Tierra. Este problema fue resuelto setenta y cinco años después por Eratóstenes, que midió el radio de la Tierra. Por tanto, conociendo las dimensiones de la Tierra y midiendo el ángulo del Sol con respecto al ecuador, se puede calcular la latitud. Fácil, ¿no? Tal vez no, pero mejor intentarlo que perderlo en el mar.

Caminar hacia el mar abierto se convirtió en una aventura cuando la costa se perdiera de vista.

La posibilidad de medir la latitud facilitó enormemente la navegación; sólo con medir un ángulo se podía saber ir hacia el norte o hacia el sur. La longitud, sin embargo, fue un grave problema, el XVIII. Al menos hasta el siglo XX. No había manera de saber cuánto iba a navegar un barco hacia el este o hacia el oeste. Y no podían calcular distancias con viajes. Por ejemplo, entre Europa y América no podían definirse. Tampoco desde el punto de vista de las estrellas o del Sol se puede calcular la longitud, ya que debido a la rotación de la Tierra, antes o después se ven los mismos astros cerca de Bilbao o de Boston.

Medir la longitud no era sólo un problema de navegación. A menudo hubo un problema político. Uno de los ejemplos más significativos de ello fue el regreso de Colón de América. Estaba en juego la propiedad de tierras recién descubiertas. Castilla y Portugal, las mayores fuerzas militares de la Europa de la época, empezaron a discutir para conseguir estas tierras.

El 7 de junio de 1494 las autoridades locales firmaron el Tratado de Tordesillas. Según este pacto, el mundo se 'dividió en dos'. Todos los territorios hallados al oeste de una frontera pertenecían a Castilla y al este a Portugal. Pero este límite debía tener una determinada longitud y no disponían de técnicas fiables para su determinación. El debate se intensificó.

La distribución del Tratado de Tordesillas proporcionó a los portugueses Brasil.

En el Tratado de Tordesillas se determinó que este límite se situaría al oeste a 370 leguas de las islas de Cabo Verde (370 leguas son 2.055 kilómetros aproximadamente). Por supuesto, este texto traía problemas. Por un lado, en el texto no se especificaba qué isla de Cabo Verde sería la referencia; el archipiélago tiene una anchura de 300 kilómetros de oeste a este, por lo que desde una isla o desde otra hay una gran diferencia. Por otro lado, el pacto no establecía que esas 370 leguas debían medirse en la latitud o ecuador de Cabo Verde. Por último, como se ha comentado anteriormente, en la práctica no tenían tecnología para medir esa distancia, es decir, si se descubriera un nuevo territorio, no podían saber en qué zona se encontraba.

Para las autoridades era muy importante medir la longitud, por lo que emplearon mucho dinero en esta investigación. A los astrónomos, geógrafos y navegantes les dedicaron mucho dinero para solucionar este problema. Y además de invertir dinero en investigación, organizaron premios. El galardón más conocido fue otorgado por el gobierno británico en 1714. Para el inventor de la técnica que proporcionaba la longitud de un barco con un grado de precisión, un premio de diez mil libras, quince mil libras con una precisión de 40 minutos y veinte mil libras con una precisión de medio grado.

El astrolabio ayudaba a observar los astros, pero no servía para determinar la longitud.

Con la esperanza de que la solución estuviese en los astros, la mayoría emprendieron la elaboración de catálogos específicos de estrellas. Así se podía medir la latitud. Pero no la longitud. La solución consistía, sin embargo, en la realización de un reloj de precisión en el que la posición de un barco en un instante se determinaba calculando la diferencia entre las dos horas, la del puerto saliente y la de esa posición, ambas simultáneamente. Con ello determinar la longitud.

En 1761, el británico John Harrison consiguió hacer este reloj basado en muelles. A través de este reloj, la longitud podía calcularse con más precisión que medio grado, y sin embargo, sólo le dieron la mitad del premio, porque los organizadores del certamen no creían que la longitud se pudiera calcular sin realizar una observación astronómica. Finalmente, doce años después obtuvo el premio completo.

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