Ciencia, búsqueda constante de la verdad
2022/07/05 Janire Otamendi Jauregi - Ingeniaritzako doktoregaia Iturria: Elhuyar aldizkaria
“La investigación en ciencia es ver lo que todos ven pensando lo que nadie ha pensado”. Se dice que esta es una definición del fisiólogo Albert Szent-Györgyi que se ajusta perfectamente a la trayectoria de destacados científicos como Copérnico, Galileo, Newton o Einstein.
Nos han enseñado qué es el universo, hemos hecho trabajos sobre el sistema solar y hemos llegado a interiorizar las trayectorias y movimientos de la Tierra. Se nos ha explicado qué es la fuerza gravitatoria, y algunos podrían llegar a comprender la teoría de Einstein, al menos lo suficiente para comprender la mayor parte de la película Interstellar.
Todo esto es verdad o al menos lo tenemos por cierto. En la época corpánica, sin embargo, la verdad era bien distinta. Entonces estaban convencidos de que la Tierra era el centro del universo y que el Sol, por ejemplo, giraba a su alrededor. ¿Por qué no? Ellos también veían mover el Sol cada día de este a oeste.
Durante años se consideró cierta esta idea de teoría geocéntrica, hasta que alguien la cuestionó. Al astrónomo Nicolás Copérnico se le atribuye la teoría heliocéntrica de que la Tierra gira alrededor del Sol, poniendo la verdad hasta entonces patas arriba [1]. Y no es para menos, piénsese en lo que debe ser saber que los principios que hasta entonces se han dado por sentados no son los correctos.
Detrás de todo esto hay alguien que ha desarrollado un pensamiento diferente y que, a la vista de lo que todos ven, piensa lo que nadie ha pensado, es la definición del fisiólogo Albert Szent-Györgyi.
La teoría heliocéntrica cambió sin duda la percepción del ser humano sobre el lugar del universo, pero no sólo eso, sino que también influyó directamente en el planteamiento aristotélico que se aprobó durante muchos años para explicar la caída de los objetos.
Todos sabemos que si un objeto se suelta a cierta altura se cae al suelo y hoy decimos que la gravedad es la responsable. Pero fue el filósofo griego Aristóteles el primero en explicar este fenómeno. Él tenía a la Tierra como centro del universo y protegía a la Luna, al Sol, y a los demás planetas y estrellas mientras giraban alrededor de ella (ver figura superior). Según él, a cada elemento del universo le correspondía una posición, su tendencia era siempre volver a las posiciones básicas y los objetos más pesados hacían este recorrido más rápido [2]. Es decir, la piedra cae al suelo porque es su posición natural y cuanto más pesada sea la piedra cae más rápido. Sin embargo, la teoría heliocéntrica mostró que el fundamento de esta explicación no era el correcto, por lo que la idea que se consideraba cierta a lo largo de los años se anuló.
A Galileo Galilei le siguió el famoso astrónomo, físico, filósofo y matemático, estudiando las caídas de objetos. El trabajo de Galilei, junto con el astrónomo Johannes Kepler, fue muy importante para fijar la teoría heliocéntrica, por lo que era consciente de los retos que esta nueva teoría plantea. Con el fin de estudiar la caída de objetos, Galileo realizó experimentos científicos muy precisos y, en contra de lo que afirmó Aristóteles, concluyó que los objetos liberados al mismo tiempo aterrizan juntos, independientemente de su masa. También confirmó una aceleración constante en la caída [3].
Ideas que, como hemos dicho, no se correspondían con la explicación planteada por Aristóteles. Galileo dejó muchas preguntas sin respuesta, por ejemplo, no explicó por qué la Tierra gira alrededor del Sol. Sin embargo, realizó aportaciones interesantes para los siguientes investigadores y en la historia de la ciencia, una vez más, cuestionó lo que hasta entonces se consideraba una verdad.
Isaac Newton fue el físico que recogió las ideas hasta entonces y enunció la Ley de la Gravitación Universal. Es bien conocida la historia de la manzana que cayó a Newton, que le hizo pensar en la fuerza de la gravedad [2]. No sabemos si realmente ocurrió o no, pero es cierto que en algún momento Newton se preguntó “¿POR QUÉ habrá caído este objeto al suelo?”. Impulsada por la curiosidad, el conocimiento y probablemente la imaginación, Isaac Newton es uno de los científicos más conocidos de la historia. Según su teoría, las dos partículas materiales interaccionan entre sí mediante una fuerza proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de su distancia. Esta teoría coincide con la constatada experimentalmente por Galileo y explica que la Tierra es la que gira alrededor del Sol.
Parece que estamos ante una sólida teoría que explica lo que pasa a nuestro alrededor, pero si la historia nos ha enseñado algo es que siempre hay algo que mejorar. Y sí, la teoría de Newton tenía algunas carencias. Funcionaba muy bien en la Tierra y bastante bien en el sistema solar, pero fuera de ahí parecía que el universo no seguía las leyes de Newton. ¿Y entonces qué? Entonces, Albert Einstein.
Sí, fue el físico Albert Einstein quien, enunciando la Teoría General de la Relatividad, subsanó las carencias de la Gravitación Universal de Newton, al dar una explicación a los fenómenos que tienen lugar en el Universo.
Necesitaríamos un gran número de caracteres y una gran capacidad para explicar bien la teoría de Einstein, por lo que no entraremos en ello por ahora. Pero, una vez más, Einstein también vio lo que todos vemos, pero pensando lo que hasta entonces nadie pensaba.
Salgamos, por tanto, de vez en cuando, fuera de esas ideas que consideramos ciertas. Pongamos en duda lo que nos han enseñado y nos preguntemos el porqué de lo que sucede en nuestro entorno. Pensemos de otro modo, que es el camino que, como muestra la historia, nos ha llevado hasta la verdad de hoy. Y quién sabe, quizás tú seas el próximo revolucionario de la ciencia que se menciona junto a esos grandes nombres.
BIBLIOGRAFÍA:
[1] Montor, L. “Las paradojas de los círculos: un fundamento clásico en la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico”, Academia, 2019.
[2] Hawking, S., “A brief history of time”, Bantam Press, chapter 1, 1988.
[3] Perilla, P., Lilia, M. “El fenómeno de la caída libre en Galileo”, Tecné, Episteme y Didaxis (TED), núm. 18, pp. 97-106, 2005.
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