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2000/01/01 Irazabalbeitia, Inaki - kimikaria eta zientzia-dibulgatzaileaElhuyar Fundazioa Iturria: Elhuyar aldizkaria

Es habitual que cuando se producen accidentes o fracasos en la exploración del espacio se ponga en peligro la razón y el sentido de esta actuación. Un periódico de nuestro país, tras perder a Mars Polar Lander, ha preguntado si en la exploración de Marte se puede utilizar una fortuna de estas características, con la excusa del hambre y la miseria del mundo.

Yo, a decir verdad, no tengo ninguna duda. El dinero empleado en la exploración del espacio está en general bien invertido. La instalación de satélites, sondas, estaciones, laboratorios o transbordadores en el espacio no sólo ha supuesto un aumento enorme del conocimiento humano, sino que ha transformado totalmente nuestra vida cotidiana. Es muy importante saber que Júpiter tiene anillos o que los volcanes Io azotan para ver el universo con otros ojos o saber de dónde venimos y a dónde vamos. Investigando Marte podemos encontrar pistas para comprender mejor la evolución de nuestro planeta. Venus nos ha puesto de manifiesto hasta dónde puede llevar el efecto invernadero.

Por otra parte, la evolución de la tecnología espacial ha tenido una gran influencia en el día a día de la sociedad a todos los niveles. Los satélites de comunicación han hecho más pequeño el mundo: lo lejano se ha convertido en un barrio. No comprenderíamos la predicción meteorológica sin la imagen de Meteosat. No podríamos monitorizar la desforestación de Amazonas sin satélites de teledetección. Las cerámicas de las prótesis de rodilla y el titanio serían una quimera. En las sartenes se pegarían los huevos y no podríamos atar con velcro el calzado deportivo.

Dudar sobre el dinero utilizado en la exploración espacial puede ser legítimo en términos de eficacia y fiabilidad. Tras la derrota de la sonda Mars Observer de 1992, habría que analizar si la política impulsada desde la NASA, 'más pequeña, más barata y más rápida', no se ha caído más barata. Está claro que la antigua exploración espacial como Voyager, un barco grande, caro y lleno de tareas, no se puede plantear. Jugar 1.000 millones de dólares en una carta es arriesgar demasiado y no sólo económico. La derrota de una misión de estas características deja a un científico sin abordar. Sin embargo, 165 millones de dólares de Mars Polar Land pueden ser insuficientes para garantizar la mínima seguridad y calidad necesaria para enviar una herramienta al espacio con éxito.

En cualquier caso, el coste de Mars Polar Land es menor que la cifra de claupsulas de nulidad de varios futbolistas y ¿quién genera más riqueza y beneficios?

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