Percival Lowell: canales en Marte
2020/06/01 Etxebeste Aduriz, Egoitz - Elhuyar Zientzia Iturria: Elhuyar aldizkaria
Lowell estaba loco. Al final, tras meses de desesperación, después de pasar horas con el ojo en el telescopio, consiguieron ver lo que querían ver: La superficie de Marte estaba llena de grandes canales. Y Lowell lo tenía muy claro: esos canales no eran creados por sí mismos.
Percival Lowell era hijo de una rica familia de Boston. Tras graduarse en Matemáticas en la Universidad de Harvard en 1876, pasó varios años en el rico negocio textil de su familia. Pero, siendo aventurero, empezó a viajar a Extremo Oriente. Pasó unos diez años en Corea y Japón como diplomacia. Y publicó varios libros sobre costumbres, religión, cultura, economía, etc. de aquellos territorios.
Regresó a Estados Unidos en 1893 y, en esas navidades, su tía le regaló el libro La planète Mars de Camille Flamarion. Era aficionado desde pequeño a la astronomía y aquel libro le encendía de repente el gusano que tenía dentro. El astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli, que anunciaba los canales que observó en Marte, sorprendió a Lowell. Sintió que podía hacer algo grande y que de alguna manera tenía que investigarlo.
La oposición de Marte de 1894 iba a ser una gran oportunidad, pero tendría que ir rápido. Contrató al astrónomo William Pickering y al nuevo graduado Andrew Douglas y, de inmediato, los puso en busca de un lugar con las mejores condiciones atmosféricas para la observación. Decidieron hacerlo en Flagstaff, Arizona, a 2.100 metros de altura. Allí se construyó, ese mismo invierno, el Observatorio Lowell, el primero construido en un lugar lejano y de gran altura para conseguir la mejor visión.
Las observaciones comenzaron a realizarse a finales de abril de 1894. En la decimoquinta noche encontraron el primer canal que Schiaparelli llamó Lethes. Pero luego vino la decepción, no veían otra cosa. El 19 de junio, antes de irse a casa, escribe Lowell: “Tampoco vemos canales con la mejor voluntad del mundo”.
Volvió al observatorio en agosto. El casquete polar del sur de Marte se derretía rápidamente y Lowell descubrió una lista oscura alrededor de él. Llegó a la conclusión de que aquel oscuro anillo era un “océano antártico”. Y esta vez sí que empezaron a ver los canales. En total se vieron 183 canales, de los cuales 116 eran nuevos descubrimientos.
No aparecían todos juntos. Primero aparecieron los que estaban cerca del Polo Sur y después más hacia el Norte. En las zonas en las que se juntaban los canales se podían ver manchas azul-verdosas que, a la vez que aparecían, eran de color más intenso. Lowell lo vio claro: Las manchas azul-verdosas que veía en Marte eran de color debido a la vegetación, oasis en medio del desierto de Marte. Y los canales debían ser los canales que regaban aquellos oasis. De hecho, no serían canales los que se veían desde la Tierra, sino la vegetación que crecía a su alrededor.
Marte era un mundo en pleno proceso de secado. En aquel mundo había habitantes inteligentes que, para sobrevivir, tuvieron que construir un sistema gigantesco de canales de riego para transportar el preciado agua desde los casquetes polares. Esa era la teoría de Lowell.
La mayoría de los científicos no valoraron positivamente las observaciones del equipo de Flagstagg y, en menor medida, las conclusiones obtenidas. Cuando en 1896 vio también en Venus líneas radiales, el escepticismo científico sobre las investigaciones de Lowell aumentó aún más. Sin embargo, los marcianos de Lowell y sus canales construidos tuvieron gran repercusión. Aparecieron en todos los periódicos del mundo. Y los libros que Lowell publicó sobre este tema también tuvieron mucho éxito.
El astrónomo inglés Edward Maunder demostró experimentalmente que estos canales podían ser ilusiones ópticas. Maunder se percató de que las observaciones de los canales eran muy diferentes según el observador, y de que los cambios que se veían en los canales eran tan grandes y súbitos. Por ello, a través de los puntos en papel blanco con tinta china, midió el tamaño que debía tener una mancha para ser visible y concluyó que este límite se encontraba en 30 segundos (ángulo). Las manchas más pequeñas eran invisibles. Por el contrario, observó que varios puntos de 20 segundos son visibles cuando están consecutivos, pero que los vemos como una línea. Como las observaciones realizadas en Marte estaban por debajo de esos límites, concluyó que los canales locales podían ser simplemente ilusiones.
En 1903, Maunder realizó otro experimento. Pidió a algunos alumnos que observaran un disco a cierta distancia y dibujaran lo que veían. En el disco no había líneas, sólo cicatrices circulares. Los alumnos dibujaron las líneas.
En 1907, Alfred Wallace, quien propuso junto con Darwin la teoría de la evolución, calculó que las temperaturas de Marte estaban bastante por debajo de cero, y que era imposible que el agua circulara por los canales, por lo que no tenía ningún sentido aquel asunto de los canales.
Lowell no cesó. El 27 de agosto de 1911, The New York Times Sunday Magazine publicó un amplio reportaje titulado “Los marcianos han construido dos grandes canales en dos años”. Lowell acabó de encontrar dos nuevos canales.
Otros astrónomos no lo veían en Marte. Y para ganar credibilidad, Lowell pensó que tenía que empezar a investigar otros temas. Detectó irregularidades en las órbitas de Urano y Neptuno, que matemáticamente analizaron y concluyó que podían influir en otro planeta más alejado de Neptuno. Se volcó en la búsqueda de lo que denominó el Planeta X y en ese empeño pasó sus últimos diez años.
Murió sin encontrar el Planeta X, en Flagstaff, en 1916. En 1930, desde el Observatorio Lowell, Clyde Tombaugh descubrió el Planeta X muy cerca de donde debía estar en función de la órbita calculada por Lowell. Le llamaron Plutón (las dos primeras letras son las iniciales de Percival Lowell). Pronto se dieron cuenta de que fue una chiripa. Aquel Planeta X era mucho menor de lo esperado y era imposible que aquel planeta enano influyera en las órbitas de Urano y Neptuno.
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