Historia de la Industria Naval (3): Demonios marinos, vikingos
1986/02/01 Azkune Mendia, Iñaki - Elhuyar Fundazioa Iturria: Elhuyar aldizkaria
IX. En el siglo XIX se produjo una fuerte invasión de la costa atlántica europea. Llegaron hasta el portal de París, tras dominar Frisia, Rouen, Nantes y otras regiones. También Lisboa y Sevilla. Más tarde, comenzaron a explotar la costa mediterránea hasta Constantinopolis. En el mismo País Vasco, en el año 859 el rey navarro Gartzea, hijo de Eneko Haritza, fue secuestrado y liberado a 70.000 monedas de oro.
Los vikingos, empujados por la sed de la arena, llegaron hasta Islandia y Groenlandia en el Norte. Dicen que llegaron hasta Canadá, y quizás incluso más al sur que la desembocadura del río Hudson.
Pero hablemos del medio que llevó a cabo estas sorprendentes paseos; hablemos del barco de los vikingos. Para navegar rápido, el barco debía ser ligero y robusto, por un lado, para combatir la ira de las olas en el Canal de la Mancha y en el Mar del Norte.
El principal quebradero de cabeza de los constructores era la ligereza. Los barcos pesados no eran aptos para aquellos guerreros. Y es que los vikingos no sólo bipilaban los pueblos costeros. Cogían sus embarcaciones a la espalda y las botaban de nuevo por largos caminos en tierra. Así, caminando por el río, a veces recorrían cientos de kilómetros hacia el interior. Así lo hicieron en el asedio de París y en la disolución de Montecassino.
Estos eran los objetivos perseguidos por el rey del mar de los vikingos de la época, los llamados “skeid”.
El barco propiamente dicho tenía una longitud de unos veintiséis o veintitrés metros. Tenía unos cinco metros de ancho y un metro y medio de altura. Era muy ligero, solo navegable en verano. Por eso en invierno guardaban en tierra el barco, cubierto, bien engrasado y lleno de agua hasta el centro. Delante, en proa, tenía un puente móvil cubierto de tejidos para proteger a los marineros o guerreros de las salpicaduras de las olas. También sirvió para defenderse de sus enemigos.
En el centro tenía un mástil de pino, de donde se colgaba una gran vela cuadrada, una tela llena de vivos colores y extrañas figuras.
Los marineros elegían por voto al jefe y no a la familia del anterior. Decían que cada uno era el rey de sí mismo y elegían el que más les gustaba para imponerse. Pero una vez elegido, juraban obedecer al nuevo jefe y le seguían honestamente. Sin embargo, si la autoridad demostraba incompetencia en su trabajo, los subordinados la abandonaban y elegían otro nuevo superior.
Al morir el jefe, se consideraba la nave como tumba. ¿Había sepulturas más adecuadas que el agua? El skeid, que había hecho varias marchas, se convertía entonces en un ataúd. Tras levantar la chabola de madera en el centro, se depositaba el cuerpo del jefe. Luego se le daba tierra en la playa con sus embarcaciones, que en verano era tan lejos y para el invierno venía cargado de oro, esclavo y comida.
Los vikingos tenían grandes problemas para navegar por el Atlántico. Por un lado había miedo a las tormentas en el mar y para ir a cualquier sitio había que aprovechar bien los vientos. En verano, empujados por los vientos del este llegaron hasta Islanda y Groenladia.
Cuando querían navegar hacia el sur, se aprovechaban de los vientos del oeste. Por eso, muchos creen que los vikingos llegaron a América antes de Colón. El noruego Seif Eriksson vio por casualidad un territorio en el Oeste y volvió a retornar a esas zonas, tras pasar el invierno allí, regresó a casa con uvas. Por eso llamaron la Tierra del Vino al territorio que se cree que es hoy Terranova.
Pero a partir de la época de los vikingos, empezaron a utilizar una invención que impulsara la navegación a ciegas: la brújula. Hasta entonces navegaban por el mar de manera intuitiva, observando, recordando y descubriendo las costas. En el siglo X, sin embargo, gracias a la brújula solucionaron el problema de la orientación.
En realidad la brújula, inventada por los chinos en la época de Cristo. Sin embargo, hasta el siglo X no aparece en Europa. En un principio, en una taza llena de agua, se ponía la aguja magnética flotando dentro de una paja. Georago, XII. A principios del siglo XX la aguja magnética giraba sobre un eje y así fue mejorando la brújula que se convirtió en una herramienta imprescindible para la orientación. Y es que ese alfiler siempre miraba a la brujería o al polo norte de la Tierra.
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