Lámpara eléctrica
1996/07/01 Irureta Azkune, Onintza Iturria: Elhuyar aldizkaria
La lámpara eléctrica es una herramienta eficaz para la iluminación en la oscuridad. Eso ya lo hemos demostrado. Pero en la prehistoria también usaban luz artificial y por supuesto no conocían la lámpara eléctrica. Hasta conocer la electricidad y dominar su funcionamiento, esta fuente de energía no se utilizó para generar luz. Nuestros antepasados, sin embargo, no necesitaron mucha gente para tener luz en las cuevas y las chabolas. A las piedras o a las conchas les hacían un agujero donde se les ponía la grasa. Se incendiaba la fibra vegetal o el pelo, que estaba adherido a la grasa, obteniendo así una luz de varias horas.
Con los años y los siglos, los materiales fueron cambiando y mejorando, pero no tanto la forma de iluminar. Se abandonaron la piedra y las conchas y aparecieron nuevos soportes como latón, cobre y oro. También se empezaron a utilizar nuevos combustibles, los más conocidos son el aceite y la cera. Estos combustibles se han visto en los hogares hasta hace pocos años. Aunque en todos los hogares había bombillas, no producían suficiente luz y se utilizaban lámparas de aceite, velas y lámparas de petróleo.
XIX. Hasta el siglo XX se iluminaban las casas y los lugares de trabajo con las lámparas anteriormente citadas. XIX. En el siglo XVIII se sustituyeron los gases por el aceite, el petróleo y la cera. En esa época usaban gas para producir luz, pero no era el método más adecuado. La Revolución Industrial avanzaba y las ciudades nacían y se extendían una tras otra, en las que se concentraron, además, numerosos hogares y fábricas. En esta nueva situación la luz era imprescindible. El gas hacía luz débil e intermitente y además el riesgo de una fuga era enorme.
El deseo de obtener una luz artificial de buena calidad no se apagó y el siguiente intento se realizó con otro tipo de lámpara: arco de carbono. Esta lámpara tuvo especial importancia, ya que fue la primera vez que se empleó electricidad para generar luz. En comparación con el gas, hacía más luz y pronto fue utilizada en faros, fábricas y lugares públicos. Para los hogares, en cambio, era muy ruidoso y el humo, además de ensuciar las orillas, provocaba problemas de respiración en lugares cerrados.
En este recorrido de la luz artificial, hagamos una pequeña pausa y diferenciemos las formas de generar luz en dos grupos. El primer grupo es el de algunas lámparas ya mencionadas, como la lámpara de aceite y la lámpara de petróleo. La característica de este grupo es la generación de calor. Algo (líquido o sólido) se calienta hasta que se pone incandescente y entonces brilla la luz. La llama de la lámpara de aceite o de la vela contiene partículas de carbono cuando se eleva y es la causa de la luz.
Podemos decir que las bombillas que usamos habitualmente en los hogares producen la misma luz. Claro que hay diferencias, la bombilla necesita electricidad para iluminar y el calor generado por la corriente no agota el alambre (como ocurre con el aceite o la cera).
Gran descubrimiento, bombilla
Hemos mencionado las bombillas que colgamos en casa del techo. Este descubrimiento ha sido muy importante en sociedades avanzadas.
Los dos hombres más conocidos que intentaron encender la bombilla son el estadounidense Thomas Alva Edison y el inglés Swan. Sin duda, Edison es el más famoso de los dos y él se ha considerado el inventor de la bombilla. Cuando el estadounidense dijo que iba a conseguir luz artificial a través de la corriente eléctrica, la gente creyó hasta el punto de que las acciones del gas de iluminación cayeron en las Bolsas de Nueva York y Londres.
Desde que expresó su intención hasta que la bombilla hizo la luz transcurrió mucho tiempo. El calor producido por la corriente quemaba inmediatamente el hilo de platino. El día que intentó con hilo de carbono, terminaron los quebraderos de cabeza de Edison. La primera bombilla no apagó la luz durante cuarenta y cinco horas.
Tras el éxito, Edison y Swan abrieron un negocio de distribución de corriente eléctrica y comenzaron a vender bombillas. En 1882 se vendieron 2.323 bombillas en los EE.UU., y en 1885 60.000 bombillas estaban claras en sus hogares.
A las bombillas que cuelgan del techo de nuestras casas no se les eleva el hilo de carbono, sino el hilo conductor de wolframio. La corriente eléctrica pasa por el hilo que está enrollado y el wolframio se calienta, alcanzando una temperatura de 2.500°C y poniéndose incandescente. Esa incandescencia hace luz. Este metal se seleccionó debido a que con esta temperatura puede mantenerse sin quemar wolframio. Sin embargo, en contacto con el oxígeno atmosférico se quemaría, por lo que dentro de la bombilla de vidrio existe un gas inerte a baja presión, generalmente argón.
Rayos invisibles de fluorescente
Ya hemos mencionado que hay dos formas principales de hacer luz. Uno de los que acabamos de describir, tanto por velas, lámparas de aceite como por bombillas. El otro método es hacer pasar la corriente eléctrica a través de un gas o un vapor. Pequeñas partículas en el interior de los átomos, los electrones, liberan energía como rayos brillantes. El ejemplo más conocido y utilizado de esta forma de generación de luz es la lámpara fluorescente.
La lámpara fluorescente es un tubo. En los dos extremos del tubo hay electrodos que se calientan al pasar la corriente eléctrica. Gracias a este calor, los electrones se liberan hacia el centro del tubo. En el caso de la lámpara de vapor de mercurio, los electrones liberados chocan con los átomos de mercurio y como consecuencia de la colisión, los átomos envían rayos ultravioleta de luz. Pero no es la luz morada la que vemos nosotros, porque los rayos ultravioletas son invisibles. Los rayos invisibles chocan con la parte inferior del tubo.
La parte inferior tiene revestimiento de fósforo y al ser atacada por los rayos activa los electrones de los átomos de fósforo. Como consecuencia de esta activación, emiten luz blanca, la propia luz que vemos. La luz ultravioleta (invisible para nosotros) se convierte en luz blanca. Esta evolución se conoce como fluorescencia.
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