Vivir con la tierra

El otro día comenzamos a profundizar en las columnas de opinión sobre la Cultura de la Tierra. Charlamos en ellas sobre la grandeza con que se produce el desarraigo en nuestra sociedad y la parálisis que puede producirlo. También mencionamos en qué se refleja en la vida cotidiana el arraigo a la tierra: en el cultivo de huertos, en la adaptación de las dietas a los ciclos naturales, en el cuidado de los animales, en la deliberación colectiva de macroproyectos o en la cultura de consumo de la suficiencia.

Esta vez, traemos otra pregunta: ¿para quién es prioritaria la Cultura de la Tierra?

Quisiera mencionar dos referencias leídas en las últimas semanas. El primero es el libro “Erein, borroka, bizi”, de Maribi Ugarteburu, que recoge los testimonios de diez mujeres del sindicalismo campesino y campesino, y un texto que gira en torno a la lucha histórica, la identidad y la soberanía alimentaria de las personas baserritarras y campesinas. La segunda, Los fragmentos de una vida”, es un relato íntimo recogido por Onintza Enbeita que trata sobre la memoria, las heridas y los silencios de la vida cotidiana de Feli Madariaga, del caserío Igertu de Muxika. Dos relatos de un mundo, uno del colectivo y otro del interior.

Me han recordado que la lucha de los baserritarras es de hoy; que cultivar la tierra es construir el pueblo, y que la organización es imprescindible para trabajar el vínculo entre la tierra y la comunidad. También me ha llevado a mirar adentro, a entender los retazos de la vida, a través de pequeñas pérdidas y recuerdos. He vuelto a ser consciente de los que viven en la Cultura de la Tierra, y ha sido evidente cuánto queda invisible. La voz de la Cultura de la Tierra tiene otro volumen, otro ritmo, otro tiempo.

Por lo tanto, los granjeros son los sujetos principales de la Cultura de la Tierra. Sin embargo, como ambos libros se vinculan al pasado, también surgen otras preguntas: ¿cómo se está transformando el sujeto de la Cultura de la Tierra? ¿Qué lectura podemos hacer ahora y en adelante? Preguntas bastante grandes.

La maquinaria del sistema económico actual excluye a los aldeanos y debilita la identidad histórica ligada a la tierra. Al mismo tiempo, el tradicional modelo de familia heteronormativa, históricamente vinculado al mundo rural y rural, se está desintegrando, sustituyéndolo por la diversidad de formas de vida, de relación, de identidades y, con ellos, itinerarios diversos y nuevas configuraciones de la comunidad.

Asimismo, la Cultura de la Tierra va más allá del caserío y del campo, y tenemos la necesidad de la “agrofortificación social”. La rusticidad social no es necesariamente una vuelta al caserío, sino un cambio radical en la forma de vida, una mirada al suelo y a los unos a los otros. Se trata de recuperar la Cultura de la Tierra; no solo como actividad económica o como lugar de residencia, sino como forma de estar en el mundo. El campesinado social busca construir un vínculo que ha roto la modernidad capitalista, un vínculo entre la sociedad, la naturaleza y la comunidad, y propone una vía para construir un futuro estimulante de forma crítica y radical a partir de la práctica material cotidiana.

A partir de ahí, la siguiente pregunta: ¿cómo volver a poner a nuestros pueblos a vivir con la tierra, por un futuro habitable para todos?

Buletina

Bidali zure helbide elektronikoa eta jaso asteroko buletina zure sarrera-ontzian

Bidali