La dependencia viene de comer, no de comer
2015/03/13 Galarraga Aiestaran, Ana - Elhuyar Zientzia Iturria: Elhuyar aldizkaria
Conocer y comprender los factores y mecanismos relacionados con la obesidad no es fácil. El tema tiene muchos cabos y uno de ellos tiene que ver con el comportamiento. Por ejemplo, los trastornos de la alimentación están bastante extendidos y hay personas que tienen una conducta similar a la de los drogodependientes con la comida. Así, hace unos años investigadores propusieron que ciertos alimentos podrían ser capaces de generar adicción. Desde entonces ha surgido un intenso debate al respecto.
El debate se intensificó en 2009. De hecho, el Centro Rudd de Política Alimentaria y Obesidad de la Universidad de Yale ha publicado por primera vez un cuestionario para diagnosticar la dependencia alimentaria en ese año. Se trata de la escala Yale de la dependencia alimentaria (YFAS, Yale Food Addiction Scale), elaborada según los criterios de la guía de enfermedades mentales DSM-IV (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders).
Esta guía de enfermedades mentales, elaborada por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, está reconocida en numerosos sistemas sanitarios internacionales. El último es el DSM-V que, entre otras cosas, clasifica las sustancias adictivas y da pautas para su diagnóstico y tratamiento.
Así, el Centro Rudd utilizó las guías DSM-IV para elaborar la escala Yale siguiendo criterios similares a los utilizados para el diagnóstico de la drogodependencia. Su objetivo es conocer si una persona con una conducta inadecuada ante la comida tiene o no dependencia alimentaria. Para ello, analizan si se ajusta a las 25 expresiones que recoge la escala y en qué medida. Entre estas afirmaciones se encuentran, por ejemplo, “Comiendo físicamente hasta llegar a sentir enfermo”, y “Comer algunos alimentos menos de lo normal, o dejar de comer, he tenido síntomas del síndrome de abstinencia, como la inquietud, la ansiedad u otros síntomas físicos”.
Aunque la escala de Yale fue diseñada según la guía DSM-IV y ha recibido el visto bueno de varios expertos, la comunidad científica aún no lo ha aceptado, ni la Sociedad Estadounidense de Psiquiatría. Y es que, para muchos, no está claro que los alimentos tengan capacidad adictiva.
La dependencia alimentaria en cuestión
Esta cuestión ha sido analizada por un grupo de investigadores europeos con el apoyo de la Unión Europea. Y su conclusión es que la dependencia alimentaria no está demostrada; en todo caso, el propio comer puede provocar en algunos casos la dependencia.
Los investigadores han dado a conocer su investigación en la revista Neuroscience and Biobehavioral Reviews, a través del artículo “La dependencia de la comida representa mejor que la dependencia de la comida” (“Eating addiction”, rather than “food addiction”, better es addictive-like eating behavior).
Si bien el artículo da cuenta de la conclusión en el propio título, el texto parte de la definición de dependencia. A continuación se presenta la clasificación de las adicciones y la neurobiología, en la que se distingue entre comer por necesidad o por hedonismo.
Esta distinción no es baladí. Uno de los artífices del artículo es Carlos Dieguez, miembro de la Universidad de Santiago de Compostela y del equipo de investigación CIBERobn, según el cual hay una diferencia notable entre ambos, y es imprescindible tener en cuenta esta diferencia en la investigación de la obesidad.
Dieguez ha explicado que comemos por necesidad para tomar las calorías y nutrientes necesarios para el funcionamiento del cuerpo. “Esto es muy evidente cuando hacemos ejercicio intenso. Al final, nos sentimos hambre y comemos para recuperar lo que el cuerpo ha gastado”.
Por el contrario, al comer por hedonismo, la comida se toma sin necesidad. “En este caso, tomamos la comida porque nos gusta, porque nos da placer y no porque somos hambre. Un ejemplo típico son las comidas familiares: antes de que llegue el postre, tenemos cubiertas nuestras necesidades energéticas y, sin embargo, no renunciamos al pastel de chocolate porque sabemos que comer nos genera placer”.
Azúcar, grasa, sal
Para algunos, entre ellos los que tienen en cuenta la escala Yale, la explicación de este comportamiento sería, al menos en algunos casos, la dependencia alimentaria. Dieguez y el equipo han advertido que, aunque la mayoría mencionan ciertos alimentos (pizza, chocolate, patatas fritas...), cada uno de ellos tiene muchos ingredientes y no se ha conseguido identificar el causante de la adicción. Aun tratándose de alimentos completos, no se ha demostrado que tengan un efecto similar al de las drogas y que generen una dependencia equivalente.
El artículo analiza los estudios realizados con tres sustancias consideradas adictivas: el azúcar, la grasa y la sal. En el caso del azúcar, los experimentos demuestran que las ratas presentan síntomas similares al síndrome de abstinencia en caso de rechazo del azúcar. Además, si se les ofrece a cambio de un esfuerzo (pisar una palanca), están dispuestos a hacer cada vez más esfuerzo para conseguir la dosis de azúcar. Es más, la mayoría de las ratas prefieren recibir una dosis de azúcar que una dosis de cocaína, excepto las ratas acostumbradas a consumir cocaína.
Sin embargo, los investigadores advierten de que no pueden distinguir si el comportamiento de las ratas se debe al azúcar o a la propia costumbre, incluso mediante técnicas de neuroimagen. Por otro lado, es difícil extrapolar a las personas lo que les ocurre a las ratas. Según los investigadores, en las personas el comportamiento adictivo aparece mezclado con elementos psicológicos y psiquiátricos como la memoria, la vergüenza, la culpa, la rutina, la agresividad, la depresión y la ansiedad, y es difícil llevar y probar toda esa complejidad a las ratas.
Al analizar los estudios realizados con grasa, los investigadores han recordado que para la mayoría de los mamíferos (incluido el nuestro) la grasa hace más agradable la comida. Así, preferimos un alimento con mucha grasa que el que no tiene grasa. Además, han destacado que muchas de las hormonas que regulan el apetito (grelina, leptina...) están relacionadas con la grasa. Por lo tanto, no les extraña desarrollar comportamientos similares a la adicción en relación a los alimentos ricos en grasas.
En el ratón, por ejemplo, han visto cómo son capaces de aceptar un entorno desagradable a cambio de adquirir comida rica en grasas. A nivel neuroquímico, algunos cambios producidos por la grasa son similares a los producidos por el azúcar, pero cuando se les niega la grasa, no presentan un síndrome de abstinencia semejante al provocado por las opiaciones. Sin embargo, los problemas o dudas que se plantean con el azúcar son los mismos que con la grasa para extrapolar a las personas las investigaciones realizadas en ratones y ratas.
Por último, se ha analizado la influencia de la sal. De hecho, la sal refuerza el sabor de la comida y la hace más atractiva. Además, aunque no tiene calorías, el cuerpo lo necesita en parte. Pero si a los ratones se les destaca su atracción por la sal desde el nacimiento, parece que en las personas no sucede lo mismo. Al parecer, nuestra especie tiene este atractivo por nacimiento respecto al dulce y, posteriormente, no desarrolla ninguna atracción especial hacia la sal.
Los investigadores creen que es posible que se produzca una interacción con otros componentes que acompañan a la sal. Además, no han visto un efecto neurológico similar al producido por el azúcar y la grasa en el caso de la grasa. A su vez, el azúcar y la grasa no producen cambios en el cerebro y en el comportamiento debidos a sustancias psicoactivas. Esta es la conclusión de los investigadores.
De las conclusiones a las medidas
Dieguez reitera lo recogido en el artículo: “Según los estudios realizados, no puede concluirse que estas sustancias [azúcar, grasa, sal] causen alteraciones en la cocaína, alcoholes, etc., tanto a nivel neuroquímico como conductual o en la formación del síndrome de abstinencia. Dicho de otro modo, la evidencia científica que tenemos en la actualidad no confirma la hipótesis de que los ingredientes alimentarios provocan los mismos efectos que los factores causantes de la drogodependencia. En todo caso, la única excepción puede ser la cafeína”.
Eso sí, reconoce que algunas personas tienen una conducta similar a la adicción con respecto a ciertos alimentos. “Porque comen demasiado y sabiendo que les va a perjudicar”, dice Dieguez. “Sin embargo, al no existir pruebas de que algún alimento o ingrediente, ni siquiera la interacción entre los ingredientes, crea dependencia, la clasificación de las adicciones DSM-V no muestra dependencia alimentaria”.
Esto repercute en el tratamiento de personas con comportamientos similares a la adicción: “Si la dependencia fuera generada por un determinado alimento, el tratamiento se dirigiría a evitar su consumo. Los alcohólicos pueden tomar cualquier cosa, excepto el alcohol, pues buscaríamos algo parecido. Si, por el contrario, la dependencia del alimento es el objetivo del tratamiento es cambiar la conducta”.
En el artículo se muestran más indicios de que la adicción no es tanto la comida como el comer. Por ejemplo, las personas con comportamientos similares a la adicción normalmente no limitan su dieta a unos pocos alimentos o ingredientes. Por el contrario, cuanto más variedad tiene, más cosas se comen y, al final, más calorías inútiles. Esto, lógicamente, aumenta la tendencia a ser obeso.
En este sentido, los investigadores consideran que la industria alimentaria tiene una influencia directa en las personas que tienden a adoptar este comportamiento, poniendo a su disposición alimentos ricos en calorías atractivos y deseables. Por tanto, hacen un llamamiento a las autoridades para que tomen medidas y regulen la industria alimentaria. Junto a ello, consideran necesario seguir investigando en esta línea, ya que consideran que el concepto de dependencia a la comida sigue estando en la “infancia”.
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