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Los árboles no crecen desproporcionadamente

2006/05/21 Lasa Oiarbide, Aitzol - Elhuyar Zientziaren Komunikazioa

Se sabe que los árboles no crecen desproporcionadamente. Hay algunos que no alcanzan gran altura, como el lóbulo –6 o 8 metros–. Las de mediano tamaño crecen mucho en el País Vasco, por ejemplo, el haya puede alcanzar 30 metros de altura. Y hay quien puede llegar a superar los 100 metros con los años. Las secuoyas norteamericanas son el caso más conocido. Una secuoya es el árbol más alto del mundo, con 113 metros de longitud, tres veces más que el Monumento a los Fueros de Pamplona.
A medida que ascendemos en altura, el árbol tiene dificultades para transportar el agua a la copa.

Es evidente la importancia del entorno en el crecimiento de los árboles. De hecho, el árbol no crece igual en medios secos o húmedos. No alcanzará la misma altura si tiene tierra idónea para echar raíces o ha crecido en un escarpe rocoso. La luz también influye porque es la fuente de energía que utiliza el árbol para realizar la fotosíntesis. Pero, entonces, ¿por qué no se alarga el árbol que habita en el entorno más adecuado? Varios grupos de investigadores tratan de responder a esta pregunta.

Si los investigadores han mostrado interés por este tema, no ha sido sólo por la curiosidad científica. Los forestalistas quieren saber cómo sacar el máximo partido a una plantación de árboles. Los ecologistas, por su parte, quieren investigar qué efectos puede tener el crecimiento de árboles y bosques sobre el cambio climático.

Buscando causas

Las hojas de la copa tienen los estomas cerrados.

Las hipótesis formuladas para aclarar el porqué del árbol deja de crecer a partir de un momento apuntaban a una cuestión de edad. Simplemente, a partir de cierta edad, el árbol se tuerce y deja de crecer. Pero más adelante se dieron cuenta de que esta teoría no tenía ni pie ni cabeza. De hecho, los árboles que han dejado de crecer en longitud tienen una gran actividad, por ejemplo, a la hora de crear frutos.

Ahora se está trabajando sobre una nueva hipótesis, según la cual los problemas de transporte del agua a partir de cierta altura a través del tronco son la causa de la interrupción del crecimiento. Los primeros indicios a favor de este argumento fueron los del ecologista estadounidense Michael Ryan en la década de los 90. Ryan estudió unos poros llamados estomas de las hojas de los árboles. Estos poros, por un lado, permiten la evaporación del agua y, por otro, absorben el dióxido de carbono de la atmósfera.

Estomas cerrados

No todas las especies arbóreas alcanzan la misma altura.

Ryan observó que las hojas de la copa del árbol tenían los estomas cerrados. Para hacer frente a la escasez de agua en la copa, el poro cierra las hojas para evitar la evaporación, pero no recoge suficiente dióxido de carbono para la fotosíntesis. Sin la fotosíntesis, sin energía y sin energía, el árbol no puede crecer.

Por otro lado, a medida que el agua asciende por el árbol, las células que transportan el agua se enfrentan a una resistencia cada vez mayor. Cerca de la copa, las válvulas intercelulares se cierran mucho para hacer frente a esta resistencia, llegando a las células poco agua. La presión interna ejercida por el agua es imprescindible para la reproducción de la célula, por lo que sin presión hidrostática ni energía procedente de la fotosíntesis, las células no se reproducen y el árbol no crece.

Este descubrimiento sirve para comprender el crecimiento de ciertas especies arbóreas. Por ejemplo, frente a los árboles de hoja perecedera, las coníferas poseen células mayores que transportan agua, por lo que adquieren mayor altura que ellas. Pero el descubrimiento no sirve para explicar el crecimiento de otras especies. Por ejemplo, en zonas inundadas, los viejos eucaliptos de 25 metros de longitud crecen más lentamente que los eucaliptos más jóvenes de la misma altura y tienen menos actividad fotosintética. Todavía queda por investigar.

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