Los dos extremos
2007/12/12 Carton Virto, Eider - Elhuyar Zientzia
Todas estas agendas han comunicado un objetivo claro (bastante) y unificado (bastante): reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, a partir de ahí, es decir, al alcance del objetivo y a las estrategias, canales y plazos de acceso, el mensaje no es claro ni unificado. El desarrollo de las energías renovables, la reducción del consumo energético, el aumento de la eficiencia de los sistemas energéticos, la imposición de impuestos específicos, el cambio de modelo de sociedad, etc. están sobre la mesa. Junto a ellos, la energía nuclear y el carbón. Una y otra, por razones muy diferentes, están tomando protagonismo entre esas estrategias que no están claras y que no crean convergencia.
Si nos fijamos en su efecto invernadero, debemos situar la energía nuclear y el carbón en cada extremo de la cadena. De hecho, la primera apuesta es que no aumenta el efecto invernadero porque las centrales nucleares no emiten dióxido de carbono a la atmósfera. Y en una época en la que la sensibilidad al cambio climático ha aumentado, esta característica ha venido muy bien al declive del sector nuclear. Según datos de la Asociación Mundial de la Energía Nuclear, en los últimos 20 años apenas ha variado la contribución de la nuclear al total de la producción eléctrica (16-18%) y la tendencia ha sido más descendente que ascendente. En Europa y Estados Unidos hace tiempo que no se han construido nuevas centrales y, ante el rechazo de la sociedad, parecía que la industria nuclear había cerrado sus vías de desarrollo. Ahora, con argumentos verdes contra el cambio climático, la construcción de nuevas centrales nucleares se ha convertido en una oportunidad a considerar. Sus defensores aseguran que son seguros, que la cuestión de los residuos nucleares se resuelve mediante su depósito en depósitos geológicamente estables en el subsuelo (aunque todavía no se ha construido ninguno) y que, pese a su peligrosidad, el cambio climático es más peligroso y difícil de controlar.
Con la otra fuente de energía de la cadena ocurre justo lo contrario: todavía no se pueden utilizar argumentos verdes para defenderla como alternativa. Al contrario, en lo que respecta a la producción de electricidad, las centrales que utilizan carbón son las que se han impuesto como campeones.
Y sin embargo, en las últimas décadas ha evolucionado mucho más que el sector de la energía nuclear: la producción de carbón casi se ha duplicado en los últimos 25 años, y actualmente el 40% de la electricidad generada en el mundo se obtiene a través de centrales de combustión de carbón. De cara al futuro, parece que tiene buenas posibilidades de seguir creciendo, entre otras cosas porque hay carbón para casi tres veces más años que el petróleo. La industria del carbón, consciente de ello, está realizando en los últimos años un gran esfuerzo por aumentar la eficiencia de las tecnologías del carbón y por capturar y evitar la emisión a la atmósfera del dióxido de carbono que se desprende al quemarse. Aún no han conseguido aplicarlo competitivamente a gran escala, ya que es más barato emitir dióxido de carbono que capturarlo, pero a medida que se vayan elaborando, definiendo y aplicando las normativas de emisión de gases de efecto invernadero, los factores de competitividad cambiarán.
Está por ver cuál de las estrategias de innovación del modelo energético se va a reforzar, pero no parece que tengamos que esperar mucho para saber qué va a pasar con los dos extremos. Ellos, al menos, están dispuestos a aprovecharlo.
Publicado en Berria
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