Sin conchas ante riesgos
1996/09/01 Agirre Ruiz de Arkaute, Aitziber - Elhuyar Zientzia Iturria: Elhuyar aldizkaria
De animales tan hermosos como desconocidos se han dicho muchas cosas. “ Los orquídeos con los angiosperos o las mariposas con los artrópodos son lo mismo que los opistobranquios con los moluscos. Se encuentran entre los invertebrados más interesantes y espectaculares” (T.E. Thompson, Biology of opisthobranch molluscs). Sus coloraciones e imágenes epidermicas, así como sus peculiares apéndices, son tan hermosos como los platihelmintos. Su piel está formada por vivos colores: rojo, azul, amarillo, negro, verde y otros.
Pero esta coloración tan maravillosa para la vista humana es una señal de que para el resto de los animales que conviven con ellos en el mar hay que tener cuidado a menudo. Los depredadores saben que comer animales de este tipo con colores muy vivos puede resultar peligroso (en el mejor de los casos tendría un mal sabor, al menos para no querer degustar una vez más).
Los opistobranquios son marinos, con un pulmón absurdo desarrollado por sus parientes, los caracoles pulmonados terrestres. De este modo, las coloridas branquias que se ven en la superficie las hacen aún más hermosas, debido a su bonita extensión. Pero, además de la apariencia de estas branquias, hay otra cosa curiosa: su origen. Se trata de branquias desarrolladas de forma secundaria, es decir, aquellas que tenían en primer lugar una vez desaparecidas y que si bien se utilizaban primariamente para la respiración y la filtración (de alguna manera alimenticia), estos secundarios sí para la respiración, pero en lugar de filtrar la comida, cumplirán otra función diferente pero importante: la protección.
Las branquias pueden ser sencillas y espectaculares, con presencia de hasta veinte en algunas especies. En otras ocasiones, sin embargo, no podremos ver ninguno de ellos y tendrán la forma de un simple bazo: un bazo marino y colorido.
Y es que, al igual que ha ocurrido en varios caracoles, en los opistobranquios se ha producido un proceso de limificación, tendencia a perder la concha. Esta tendencia evolutiva ha sido muy evidente en estos casos. Los más desarrollados no conservarán ni rastro de concha, pero sí otros opistobranquios más primitivos que se han interpretado evolutivamente como pasos intermedios. Al tratarse de un proceso continuo, algunos presentan una concha interna sencilla y otros pocos aún presentan una concha externa evidente. Pero los más espectaculares son los sin conchas, y entre ellos, los nudibranquios son los más abundantes, los que más parecerían a estos calamares marinos.
Sin embargo, podría pensarse que este fenómeno ha dejado sin protección a la naturaleza (evolución). Al fin y al cabo, ¿por qué los caracoles arrastran su casa a costa si no es por ser un buen refugio? Por lo tanto, los opistobranquios han tenido que desarrollar una forma de protección alternativa y apropiada a la pérdida de la concha; aunque no es la única, otros grupos de animales han hecho lo suyo: la coloración.
Por un lado, la evolución, y por tanto la selección natural, ha dotado a estos animales de una coloración aposemática. Los colores vivos indican “¡cuidado, peligro!” en el mundo animal, “¡a la presa, no me comas!”. Y parece que ha sido útil en muchos casos, por ejemplo. Esta coloración aposemática no exonerará por sí misma de la muerte, pero una vez ingeridos más de un opistobranquio de estas características, y año tras año, se irá produciendo lo que podríamos denominar memoria general en los animales de la zona. Y al final todos sabrán que no se puede comer opistobranquios de vivos colores
Esto supone para todos, más que el éxito de este grupo en concreto, una forma de coloración, ya que, además de los opistobranquios, otros muchos grupos de animales se han valido para defenderse. ¿Hay algo mejor que un “respeto” ante los demás para sobrevivir en la Naturaleza?
Está claro que no. Si no, que les pregunten aprovechando eso, y que ellos no tengan ningún veneno en la piel, que quieran imitar la coloración de los que tienen... Hay opistobranquios que con mimetismo han conseguido hacerse pasar por “peligrosos”. ¡En la naturaleza todo está permitido! A partir de este momento, sólo su astucia y valentía ayudarán al depredador a decidir si el opistobranquio que tiene delante es aposemático o mimético.
Otros prefieren pasar desapercibidos. Esto se consigue con una coloración similar al sustrato por el que circulan. Este fenómeno se puede comprender fácilmente sabiendo que este sustrato es la alimentación típica de los opistobranquios y que el cuerpo de estos moluscos opistobranquios es transparente. Por lo tanto, los pigmentos que contienen provendrán de los mismos colores que el sustrato. Esto es típico de los sacos, que según las algas que comen son verdes, pardos o rojos. Esta similitud con el sustrato les hace invisibles ante los depredadores, pero no por ello deben ser de colores bajos. A esto se le llama coloración críptica, utilizada para ocultarse.
Son fácilmente reseñables las parejas depredadoras/presas de la misma coloración (opistobrankio/alimentación): Aldisa banyulensis/Hemimycale columella (dúo doridazeo/belaki), Catriona aurantia/Tubularia indivisa (dúo eólico/knidario),... Por ejemplo, los citados seres vivos son rojos.
Aquí, sin embargo, no termina en absoluto los mecanismos de protección de los opistobranquios. Como se puede observar en una de las parejas mencionadas, algunos opistobranquios son capaces de alimentarse de diversas especies de cnidarios, como la medusa y el pólipo. ¿Cómo es posible que estos pequeños moluscos coman seres vivos que pueden ser tan peligrosos? En definitiva, los cnidarios suelen contener en su epidermis y gastrodermia, cnidocistos y/o nematocistas que internalizan sustancias urticantes en el enemigo. Pero algunos opistobranquios, los eóescriteos, serán capaces de alimentarse no sólo de los cnidarios, sino de sus nematocistas, de utilizarlos posteriormente para su propio aprovechamiento (protección), que serán arrojados a sus depredadores.
Para ello tendrán que resolver dos problemas principales: por un lado, destruir de alguna manera las defensas de la presa y, por otro, velar por que las cápsulas urticantes que cojan con la alimentación no se lancen durante su estancia en el tubo de planchería, para que sean reutilizadas, dirigiéndolas a los apéndices dorsales que serán almacenados.
Los eólicos que resuelvan el primer problema a través de secreciones inmunitarias y anestésicas, y en el segundo, serán importantes las vesículas especiales presentes en el epitelio del tubo digestivo; además, los fluidos citados protegerán de la variación de la presión osmótica que provocaría el lanzamiento de los cnidocistos en el tubo digestivo de los eóleos (presión osmótica alta provocaría la entrada de agua en el interior de la cápsula mediante la presión hidrostática).
De esta forma, los del género Aeolis y otros tendrán en su piel confusiones o aumentos externos, llamados gatos y con divertículos internos del tubo digestivo. En estos divertículos van a tener células urticantes y si algún otro animal asalta el opistobranquio, todos ellos serán lanzados inmediatamente formando una nube. Ahora sabemos que no son células propias del molusco, sino knidoblastos de anémonas e hidrozoos ingeridos.
Todo esto deberíamos relacionarlo con el tema de la coloración aposemática antes mencionado, ya que estas defensas robadas suelen estar situadas en esas zonas de vivos colores. El color aposemático no es sólo la expresión de un sabor no agradable. Además de estos fluidos venenosos y ácidos que darán este sabor, existen otras: glándulas exocrinas, sacos cnidógenos y vacuolas epidermicas. El color avisaría de un sabor no agradable y de las sustancias tóxicas y/o knidocistas presentes.
Además, estas cosas tienen otra ventaja importante: a menudo tienen capacidad de autotomía. Es decir, si algún depredador se dentara de él, estos apéndices serían capaces de desprenderse de todo el resto del cuerpo (como los lagartijas pueden perder la cola o las estrellas de mar), liberando al mismo animal de la muerte.
Los opistobranquios son moluscos gastrópodos pero presentan alguna diferencia con la mayoría de los gastrópodos. Para empezar, su concha ha ido desapareciendo a lo largo de la historia, porque tal vez, como se ha dicho, han sabido encontrar otro tipo de apoyos (pero no se puede afirmar que uno sea consecuencia directa del otro). Han preferido salir desnudos, haciendo desaparecer esa concha que tanto costó a los moluscos más antiguos (ya que adaptarse a un logro evolutivo de estas características siempre es difícil en un principio, aunque luego los beneficios que puede reportar son numerosos). Pero estos han abandonado la casa a arrastrar y unos pocos se han adaptado para nadar.
Las constantes condiciones ambientales que se dan en las capas superficiales del mar, junto con la gran cantidad de oxígeno disuelto por el continuo movimiento de las mareas marinas y la elevada concentración salina que facilita la flotabilidad, han permitido la aparición de una rica fauna adaptada a la natación. Entre ellos podemos mencionar algunos opistobranquios evolucionados.
Sin embargo, las especies de nudibranquios que se han adaptado bien a esta nueva acción como la natación son escasas, ya que, al fin y al cabo, la mayoría de ellas colocan su pie muscular sobre arena y rocas, deslizándose sobre ella. Sólo los que tienen ondulaciones en los bordes de su pie podrán nadar, y en este caso “sus motrices recuerdan a un ballet o baile flamenco, gracias a los dentados paños epitelios que forman la ondulación y las suaves arrugas musculares” (Enciclopedia Salvat del comportamiento animal). Sin embargo, la capacidad de maniobra de estos nudibranquios en estas natación suele ser muy escasa, pero suficiente para escapar ante el riesgo.
La mayoría, sin embargo, se deslizan sobre una superficie, utilizando para ello ondas de contracción similares a los roedores de tierra.
Pero haciendo otra cosa, y retrocediendo en la historia evolutiva de los opistobranquios, digamos que los gastrópodos prosobranquios, considerados precursores de estos moluscos que se han ido configurando sin conchas, eran masculinos, y según lo que en ellos sería normal (característico de los caracoles gastrópodos), sus vísceras habían sufrido la torsión (es decir, la masa de la viscernera en un comienzo de los 180° de la cabeza de la contrafuertes).
En los opistobranquios, sin embargo, al igual que en otros gastrópodos, posteriormente ha ido dando un proceso de destortisión gradual, volviendo hacia atrás el ano y otros órganos de su entorno (aberturas al exterior de los tendidos, nefridios y órganos reproductores). Sin embargo, cuando se encuentran en estado larvario todavía se puede exagerar la torsión, y a medida que se va madurando la masa visceral irá hacia atrás, alcanzando niveles de retroceso distintos según el grupo (normalmente entre 90º y 180º).
Por otra parte, esta desaparición de la concha ha sido un fenómeno relativamente común a lo largo de la historia evolutiva de los gastrópodos, que en muchos casos se ha logrado de forma independiente. Aunque los factores que han influido en cada grupo han sido diferentes, las conclusiones pueden considerarse análogas. En todos ellos ha supuesto la explotación de los nuevos recursos de la zona, por un lado por una mayor movilidad y, por otro, por la adquisición de la capacidad de recorrer estrechas grietas que hasta entonces no han podido penetrar.
Los pasos evolutivos hasta llegar a los actuales opistobranquios evolucionados han sido, en gran medida, los que tienen la huella de una concha interna débil. Se conocen muchos ejemplos de pasos entre opistobranquios enmascarados y sin conchas, cada uno de los cuales ha sido consecuencia de su adaptación a las diferentes exigencias medioambientales.
A esta tendencia evolutiva a la pérdida de la concha, se le dio comienzo cuando el lóbulo lateral del manto comienza a rodearla. De esta manera, la concha se fue convirtiendo en interior, desapareciendo completamente a partir de un momento (a medida que iba interiorizando, la calcificación también era más sencilla, ya que finalmente no se formó la concha). En este proceso, estos lóbulos inicialmente plegados tendían a cubrir la branquía (estructura respiratoria) (protección de la arena), pero a partir del momento en que estos lóbulos no puedan destolarse no podrán tomar oxígeno.
De esta forma, la branquía original desaparece y las branquias secundarias se van configurando hasta el desarrollo de las impresionantes y coloridas prolongaciones que hemos mencionado en los cantos de las abejas (estos largos tentáculos recuerdan a las orejas de las liebras). Las
liebres marinas eran conocidas en el Imperio Romano por la presencia de sustancias morex que desprenden cuando alguien o algo les hace sentir incómodas, ya que, siendo potentes o tóxicas, eran utilizadas en la preparación venenosa entre otras sustancias. Los griegos también creyeron que tenía poderes bastante extraños.
Por tanto, la base del éxito de estos pequeños y desconchados roedores marinos se puede resumir en varios puntos: Por un lado, porque han preferido los mecanismos de protección que han desarrollado, dejando la protección mecánica y pasiva que usaban sus pioneros (la propia concha), la protección biológica y química (es decir, la activa). Por otra parte, ha tenido que ver, sobre todo, con la estricta distribución de los nudibranquios. Habitan en zonas ecológicas muy concretas, donde en la mayoría de los casos no tienen mucha presión sobre otros animales marinos. Limita su distribución a las zonas de la especie alimenticia, de manera que cada especie opistobranquial se dispersa en un determinado rincón ecológico y reduce drásticamente la competencia alimentaria.
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