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Frotar y encender

2003/01/19 Roa Zubia, Guillermo - Elhuyar Zientzia

El mar estaba tosco, muy áspero. El marinero sabía que pronto moriría arrastrado por una ola. Por lo tanto, al no haber solución, se tranquilizó. Sacó la pipa del colco y empezó a disfrutar del último deseo. La posibilidad de saciar con humo también en este alocado balanceo. Un día el olor al tabaco provocó un visitante inesperado en la zona de la lancha.
Para los fumadores de pipas, no hay nada parecido al fuego de los cerillas de madera.

De un barco plateado un astronauta descendió al bote. Muy sorprendido, se fijó en la cerilla que acababa de apagar el marinero. Al final, esta máquina del tiempo merecía ser robada. El láser ha eliminado la huella del fuego en mi sociedad". El marinero, de rodillas, pidió con ganas al astronauta: "Salga de aquí. Lléame de vuelta a casa y te enseñaré fuego intenso".

Cuando el mar traga la barca, ambos volaban en el barco del astronauta.

En casa, excepto el marinero, enseñó al astronauta la caja de cerillas. Cada uno estaba fascinado por la tecnología tradicional que usaba el otro. Pero cada uno era hijo de su tiempo. Para el marinero ya era 1849; para el astronauta, todavía 1849. Sin embargo, ya o todavía, en aquel año las cerillas eran habituales en todas las casas.

Los marineros utilizaban los avances tecnológicos de la época, entre ellos los cerillas.

El astronauta estaba loco: su amigo encendía el fuego con un simple movimiento. Parecía brujería. Para el marinero la situación era muy curiosa, casi graciosa. A cambio de explicar el 'funcionamiento' de la cerilla y de organizar una excéntrica demostración, el hombre que viene del futuro le salvó la vida.

El astronauta había visto los cerillas en los libros de la historia desde hace tiempo, pero su enfrentamiento le causaba emoción e inquietud. Consistían en bastoncillos de madera de trinas que en un extremo tenían un polvo blanco preparado con fósforo blanco y azufre, tecnología básica pero eficaz. Sin embargo, el astronauta no entendía cómo se extraía el fósforo, sino que contaba con un equipo muy antiguo y sencillo.

Fósforo

Al parecer, el astronauta no había leído la historia. El fósforo fue extraído de la orina por Robert Boyle y otros en 1680. Posteriormente, la metodología fue mejorando paulatinamente. Esta gente, aunque con pocas herramientas, tenía la capacidad de hacer cosas sorprendentes.

El marinero llenó la pipa de tabaco. Era un gran día. Recuperar la vida perdida merecía un par de pipas. El astronauta observó con detenimiento el proceso de encendido, expresando sus dudas y pidiendo explicaciones. El marinero encendía otra cerilla para aclarar algunas dudas ante la nariz. Al oler el humo desprendido por esta segunda cerilla, el marinero cayó patas arriba. Estaba agonizando por segunda vez el mismo día.

El humo liberado por el fósforo blanco es venenoso, no así el del fósforo rojo.

Los ojos del marinero gritaban pidiendo ayuda. El astronauta vio aquella escena nerviosa pero interesada. "Sabía que había peligro de que algo así sucediera", dijo muy contento. Así era, lo había leído. El famoso fósforo blanco es una sustancia muy adecuada para encender el fuego frotando, pero el vapor que desprende de esta forma es muy venenoso. El cuñado le gritó "Sabías, entonces, ese maldito". El astronauta le respondió para estar tranquilo. También se podía utilizar fósforo rojo para elaborar cerillas, que al frotar enciende fuego pero no es perjudicial. "Aprenderéis a afrontar este problema".

El marinero era igual la sociedad, la ciencia y cualquier otra cosa. La muerte barata no permite consolar. Quería vivir con ganas, pero no podía. Murió.

El astronauta recogió la caja de cerillas y se introdujo en la máquina de tiempo para iniciar el viaje anual. Volaba por la historia, siempre para seguir las huellas del fuego. En las paradas anteriores vio hornos, cuñas y fuegos artificiales. También probó cerillas fabricadas con casi cualquier material. Por ejemplo, el XXI. recogió las usadas por los subalternos, de papel empapado en cera.

El tema de los cerillas cautivó al astronauta. Por ello, en la siguiente parada conseguiría los que no se encienden frotando. Eran bastones, mayores que los que ya había recogido, pero pequeños. En un extremo tenían polvo que contiene azufre, pero no se encendían frotados, sino que había que encenderlos de otra manera. Era muy interesante para el astronauta.

Estaba haciendo una buena colección. Hizo un museo sobre el fuego y formaría un gran libro con todo lo recogido en el viaje. Si se vendía el libro, bien. Y si el libro no se vende, a medio punto. Le daría fuego.

A pesar de que las más conocidas son de este tipo, a lo largo de la historia se han realizado numerosos tipos de cerillas.

Cuando estaba en el barco, recordó con el pimiento del marinero. Esta mezcla de tabaco y madera tenía un olor agradable, mareable. Por ello, antes de partir y junto con la caja de cerillas, el astronauta recogió la pipa y el tabaco para llevarlo. Ahora sentía la necesidad de fumar.

Encendía la pipa, pero enseguida se apagó. Resucitar. Apagar de nuevo. No es fácil tener la pipa larga encendida. En ese trabajo se le acabaron las cerillas. Quemó casi sin darse cuenta el último logro para su colección.

Pero la solución era sencilla. Volvió atrás y encontró al marinero entre las olas…

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