No mujeres invisibles, pero tampoco estereotipos

No mujeres invisibles, pero tampoco estereotipos


El enfoque dominante en ciencia y medicina ha hecho que los cuerpos, síntomas y reacciones de las mujeres no hayan sido debidamente tenidos en cuenta en las investigaciones y en la clínica. Históricamente, este enfoque se ha basado en la idea de la uniformidad biológica común, pero el cuerpo masculino ha sido el principal modelo.

Bernadine Healy, en su artículo “The Yentl Syndrome” de 1991, criticó que la medicina se centra en los hombres y que las mujeres deben adaptarse a los estándares clínicos de los hombres para recibir la misma atención, y a menudo han sido diagnosticadas y tratadas mal. Esto impulsó la medicina de género con el objetivo de clasificar y analizar los síntomas y los efectos de los tratamientos en función de las variables de género. En el trabajo de la conocida médica Carme Valls-Llobet también se ha subrayado la morbilidad diferencial, ya que la prevalencia de enfermedades, los factores de riesgo y los síntomas difieren entre los géneros. Ejemplo de ello son las enfermedades cardiovasculares, el cáncer de mama y el dolor crónico, ya que las mujeres tienen síntomas y evoluciones especiales.

Pero en la medicina de género y entre los filósofos feministas de la ciencia hay dudas sobre cómo abordar el género, ya que el género es una categoría construida sobre normas sociales y no puramente biológico. M. La filósofa Christina Amoretti identifica dos tendencias a analizar: la ceguera de género, que elimina las desigualdades significativas, y los estereotipos de género, que enfatiza las desigualdades que no existen. Ambas provocan diagnósticos equivocados y tratamientos inadecuados. Para hacer frente a este primer problema, el NIH obligó en 2016 a tener en cuenta el sexo como variable biológica (SABV) para mejorar la investigación y la atención médica. En cuanto a la segunda, Amoretti considera que la perspectiva de género debe aplicarse a todos los géneros y no sólo a las mujeres. Para ello, las categorías que se realizan deben entenderse en continuidad, no solo como binarias, sino que las personas pueden situarse en ellas de diferentes maneras a lo largo de la vida. Además, el impacto del género se cruza con otras variables como la raza, la etnia o el nivel socioeconómico, lo que tiene un efecto complejo en la salud.

Sarah S. es una de las voces críticas que cuestionan el uso del sexo como variable biológica. Obra del historiador científico y filósofo Richardson. El hecho de que las variables sexuales se basen en una supuesta diferenciación biológica, conlleva riesgos, por un lado, de naturalizar las categorías rígidas de hombre-mujer y de ocultar la diversidad de géneros, y, por otro, de no considerar la heterogeneidad dentro de esa dicotomía. Además, se descartan factores sociales, como la edad, la raza o el estilo de vida, a pesar de que tienen un gran impacto en la salud. En respuesta a ello, Richardson propone el contextualismo del sexo en la investigación biomédica: no entender el sexo siempre como variable binaria y esencialista, sino definirlo por el contexto. Por ejemplo, en un experimento se pueden distinguir cuatro categorías de sexo en lugar de dos por el nivel de estrógenos. Así, defiende una comprensión del sexo matizada, flexible y basada en la evidencia.

Incluso en las investigaciones biológicas, los investigadores del comportamiento animal, la ecología conductual y la biología evolutiva demandan una terminología descriptiva, precisa y práctica. El investigador Malin Ah-King considera que la interpretación binaria del sexo como variable biológica no garantiza que se lleve a cabo correctamente. En consecuencia, la diferenciación por variables sexuales es válida y necesaria porque, en algunos casos, pone de manifiesto las desigualdades que oculta la ceguera de género pero, al mismo tiempo, corre el riesgo de potenciar los estereotipos de género.

 

-> Desde las células a todo el organismo

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