Nacemos con poder, pero...
2011/02/01 Lakar Iraizoz, Oihane - Elhuyar Zientzia Iturria: Elhuyar aldizkaria
Pregunta de examen: "¿Qué es la fuerza de gravedad?" Un alumno responde con un dibujo. En el dibujo se puede ver un avión, una bomba caída del avión y un incendio en el lugar de la caída. Y escrito, "grabe". ¿Ese niño no sabe qué es la fuerza de la gravedad? No ha escrito la “fuerza que ejerce la Tierra para atraer objetos”, pero ha indicado que ha representado la caída vertical provocada por la fuerza de gravedad. Y además ha realizado una analogía semántica entre las palabras gravedad y gravedad, ya que ambas palabras tienen el mismo origen. No representa una manzana caída por un árbol, no. Ha representado una grave explosión. Pero el profesor no ha entendido lo que ha hecho el niño y le ha puesto mala calificación.
Al igual que ocurre con el resto de personas, existe una gran heterogeneidad entre los niños con gran inteligencia, "en cuanto a su naturaleza, velocidad de desarrollo, intereses, aficiones, etc.", explica Izaskun Etxebarria, profesora de la Escuela de Magisterio de la UPV. Sin embargo, también presentan algunas características comunes. En general, tienen gran facilidad de aprendizaje, capacidad de trabajo y creatividad. Estas tres características se dan a la vez y son capaces de interactuar entre ellas. "Así, estudian el mundo desde una perspectiva atípica y utilizan otras vías para resolver problemas, para ver y enfocar problemas", ha añadido Etxebarria.
El orientador del colegio público Virgen Blanca de Huarte, I aki Martínez, asegura que "no es sólo una cuestión de cantidad, sino también cualitativa. Por ejemplo, aprenden a leer por sí mismos o a contar: en la pizarra de la clase ven todos los días el día, tienen los calendarios por todas partes..."
Otro rasgo que caracteriza a las personas con gran inteligencia es su elevada motivación interna, su necesidad de aprender, su curiosidad desde pequeños. "Pero eso no quiere decir que todos los niños y niñas con mucha inteligencia sean niños perfectos en la escuela", ha explicado Idoia Revilla, miembro de la asociación de padres y madres de niños con gran inteligencia Aupatuz. "Esto es uno de los estereotipos que hay en torno a los niños con mucha inteligencia, pensar que son alumnos perfectos".
Es cierto que hay quien se adhiere a este comportamiento, "ya que las ideas se atrapan rápidamente y hacen las cosas con practicidad, se centran rápidamente, etc.". Son niños de inteligencia convergente. Otros, en cambio, los más divergentes, tienen mucha más creatividad y resuelven las cosas de otra manera. Izaskun Etxeberria comenta a modo de ejemplo el caso del niño que respondió mediante imágenes a la pregunta de la fuerza de la gravedad: "El profesor vino al fuego por lo que respondió este alumno. Y dio por mal en lugar de preguntar al niño. Si lo hubiera preguntado, el niño hubiera sido capaz de explicarlo".
Nuestro sistema educativo "es tan estricto y homogéneo que no tienen cabida para satisfacer su creatividad y curiosidad". Esta situación puede ocasionar problemas de comportamiento. Raquel Pardo de Santayana, de la Universidad Complutense de Madrid, explica en un artículo los problemas que pueden tener los niños y niñas con gran inteligencia por sus características especiales: no tienen motivación para aprender a través de libros de texto, tienen ganas de buscar información por sí mismos, de registrarse y experimentar idan, tienen inquietud, etc.
En algunos casos en los que estas características especiales y los problemas asociados son muy evidentes, "han diagnosticado a los niños enfermedades que no tienen, como la hiperactividad --dice Etxebarriak--. Una de sus características es la activación, mental y corporal (es decir, tienen necesidad de moverse...), pero eso no es hiperactivo. Los hiperactivos no son capaces de concentrarse y estos niños son capaces de estar concentrados durante mucho tiempo en un tema".
Sin llegar a diagnosticar patología, muchas veces ocurre que aunque tienen mucha inteligencia no les identifican como niños de gran inteligencia. "Según los expertos, entre un 2 y un 4% de la población es muy inteligente, pero la mayoría no se identifica", explica Etxebarria.
En primer lugar la identificación
El primer trabajo a realizar es identificar a niños y niñas con gran inteligencia para solucionar sus problemas de confusión, convicción y, sobre todo, sus necesidades educativas. "La prueba más utilizada es el WISC", afirma Etxebarria. Se trata de un test de inteligencia desarrollado por el psicólogo David Wechsler en 1949 para conocer al cociente intelectual infantil.
Al hablar de personas con gran inteligencia, siempre aparece el concepto de cociente intelectual (IQ en inglés y CI en castellano). De hecho, la Organización Mundial de la Salud define la gran inteligencia como el aumento del cociente intelectual por encima de 130.
Sin embargo, muchos profesionales no consideran suficiente conseguir un número. Así, I aki Martínez diseñó con un antiguo compañero Carlos Ollo un sistema más completo de identificación de niños con gran inteligencia. Estas pruebas cuantitativas, los test estandarizados, propusieron completarlas con otras pruebas cualitativas.
En primer lugar, el profesorado, y opcionalmente, los padres y los alumnos deben responder a una serie de preguntas. Los profesores tienen que responder, por ejemplo, qué alumnos son capaces de expresar las ideas de una manera clara y precisa, o quienes razonan y resuelven con agilidad y seguridad los problemas matemáticos.
Por otro lado, preguntan a los padres sobre el desarrollo de los niños, como el desarrollo del movimiento y el lenguaje o el desarrollo cognitivo, y preguntan entre los alumnos qué clase sería capaz de idear los mejores juegos o de encontrar situaciones o detalles que los demás no ven.
Estas preguntas se complementan, como ya se ha indicado, con pruebas estandarizadas que identifican a los alumnos a los que hay que realizar una evaluación psicopedagógica de los resultados obtenidos de una y otra. A través de la evaluación psicopedagógica, definen la situación personal, académica, social y afectivo-emocional del alumno/a, "para conocer en qué ámbito es más inteligente y sobre todo si tiene necesidades educativas especiales", explica Martínez.
El objetivo de la evaluación no es etiquetar a los niños y dar una educación especial, sino integrarlos en la escuela y responder a sus necesidades.
Una vez identificado, ¿qué?
Una vez identificados los niños con gran inteligencia, el trabajo sólo se inicia para los profesionales. "La labor de los orientadores es coordinar las evaluaciones para detectar necesidades educativas especiales y ayudar al profesorado en el diseño de respuestas", ha explicado Martínez. Su labor consiste en ayudar a diseñar respuestas para todos los niños y niñas con necesidades especiales en la escuela.
La respuesta que se les da, sin embargo, "no es tan buena como debería", dijo Martínez. Y es que suelen tener muchos otros casos de ayuda: "Yo en el colegio tengo un par de alumnos con problemas de movimiento, tenemos una clase especial para reunir a alumnos con retraso mental en algunos centros de la Comarca de Iru, etc. Es decir, necesitaríamos más recursos". Casi todos los orientadores están como Martínez.
Por lo tanto, establecen prioridades y "priorizamos a los retrasados, ya que los niños con más inteligencia tienen más posibilidades de desenvolverse correctamente. ¡Me gustaría que la situación fuera otra! Eso sí, cuando empiezan a crear problemas, cuando los alumnos empiezan a aburrirse, o cuando vemos que tienen otras necesidades, intentamos responder".
Martínez propone una respuesta gradual: "Primero habría que adaptar un poco el currículo. Por ejemplo, ¿por qué un niño tiene que sumar 200 si ya tiene tres para deducir el mecanismo? ". Pues habría que darle algo más, contenido curricular o extracurricular. Eso sí, quiere recalcar que "nunca se debe adelantar el currículo de los próximos cursos".
Si estas medidas no fueran suficientes, "el último paso que se puede dar es flexibilizar el periodo escolar (pasar al curso siguiente)", explica Martínez. En ocasiones, requieren una flexibilización sistemática desde las escuelas. Pero hay que analizarla con mucho cuidado, "para que los niños no tengan problemas socio-afectivos y no pierdan formación que les resulte útil por pasar al curso siguiente".
Pero, como hemos dicho, "en las escuelas llegamos hasta donde podemos", ha subrayado Martínez. Y a la falta de tiempo se le suma muchas veces el desconocimiento. Etxebarria ve en las universidades una de las causas de que no sepan cómo tratar a los niños con inteligencia: "Tanto en las Escuelas de Magisterio como en los estudios pedagógicos, psicológicos y psicopedagógicos, sólo se da una pincelada al respecto". Por lo tanto, Etxebarria propone dar más importancia a la formación de profesionales: profesores, psicólogos, orientadores, responsables de los Berritzegunes, etc.
Asociaciones de padres y madres como complemento
Los padres y madres de niños y niñas con gran inteligencia también son conscientes de que en los centros escolares no se responde adecuadamente: "No hay mala idea ni se puede decir que son malos profesionales. Creo que tenemos muy buenos profesionales en educación. Lo que pasa es que si no sabes que no puedes agarrarte a un tema, aunque tengas buena voluntad", ha señalado Idoia Revilla.
Además, Revilla cree que los padres, como padres, tienen algunas responsabilidades con sus hijos: "Si a tu hijo, por ejemplo, le gusta la mitología griega, ya sabes que no trabajará en la escuela (los currículos de los centros no se adaptan a las necesidades de los niños). Pues yo, como madre, lo pongo por mi parte y ayudo a mi hijo a avanzar en ese camino y, por ejemplo, lo llevo a lo que le gusta en las actividades extraescolares". De este modo, deben ofrecer a los niños las oportunidades que existen en la sociedad para profundizar en sus aficiones.
En la Asociación de Padres y Madres se organizan actividades para que los niños y niñas puedan vivir otras experiencias. Además de la experiencia, "es muy importante que los niños con inteligencia estén juntos --dice Revillas-. Con once años, por ejemplo, no pueden compartir con su grupo de amigos o compañeros de clase su interés por los egipcios". Al reunirse con otros niños con intereses similares, "entablan una relación emocional. Ven que no son los únicos raros; en esta sociedad, hoy en día, los ven como raros y ellos también se sienten diferentes y raros", ha explicado. Esto les ayuda a comprender que su singularidad no mejora ni empeora. "Tienen que saber que son especiales porque han nacido así y listo. Tienen que enfrentarse a ello y sacarle el máximo partido".
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