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James Young Simpson: parto sin dolor

2023/09/01 Etxebeste Aduriz, Egoitz - Elhuyar Zientzia Iturria: Elhuyar aldizkaria

Ed. Manu Ortega Santos

4 de noviembre de 1847, Edimburgo. Como es habitual, en la oscuridad, el propio Simpson y dos amigos se reunieron en casa de James Young Simpson. Buscaban un anestésico eficaz y tenían un método de investigación sencillo: inhalaban una sustancia determinada y analizaban sus efectos. Para entonces ya disponían de acetona, benzina, nitrato de etilo, vapor de yodformo, hidrocarburos clorados, diferencias­hijas, etc. Esta vez era el turno del cloroformo.

Al principio sintieron buen humor y alegría, pero pronto las tres cayeron en picado. No recuperaron el conocimiento hasta la mañana siguiente. Nada más despertar se dio cuenta de que encontró a Simpson.

Sólo pasó un año desde que William Morton demostró el poder anestésico del éter de Boston. En Europa, Robert Liston dio a conocer aquel “truco de los yanquis”. Simpson fue alumno de Liston y asistió a la demostración y quedó fascinado. Pronto se dio cuenta de lo importante que podía ser para su área. Simpson era obstetra y conocía de cerca el sufrimiento que suponía el parto.

Dos meses después de la exhibición de Listón, el 19 de abril de 1847, probó por primera vez el éter en un parto complicado. Y, a partir de entonces, apostó fuertemente por la utilización de la anestesia en los partos. Sin embargo, el éter fue inflamable, lento, irritante a los pulmones y provocador del vómito.

En el verano de 1847 comienza a buscar un anestésico mejor. Tuvieron suerte con el cloroformo. Si lo hubieran inhalado un poco más, no les afectaría y si lo hubieran ingerido en exceso no podrían contarlo. Pero les salió bien y pronto empezó a trabajar con el cloroformo Simpson.

El 8 de noviembre lo utilizó por primera vez en un parto. Recogió su experiencia de la siguiente manera: “Tres horas y media después del parto, antes de finalizar la primera etapa, lo sometí al cloroformo, mojando una cucharadita con líquido un paño redondeado en forma de embudo y rodeando la boca y los orificios nasales con el extremo abierto del embudo. Cuando el fluido se evaporó, se renovó aproximadamente diez o doce mi­tura. El niño salió a los veinticinco minutos de la inhalación”.

“Luego volvió a mí y me dijo que dormía muy a gusto y que además lo necesitaba, porque se sentía tan cansado que no podía abordar su trabajo... Cuando la enfermera le trajo el bebé, no nos costó poco convencer a la madre que estaba muy perpleja de que el parto estaba terminado y que era el niño”.

Al ser mejor como anestésico que el éter, se extendió el cloroformo. Su uso para semiaciones no fue bien visto y tuvo muchos oponentes. Y es que la supresión del dolor del parto iba en contra de la voluntad de Dios, que decía Genesia: “Le dijo a la mujer: Voy a multiplicar los dolores de tus partos y vas a dar dolor a tus hijos”.

Muchos médicos aceptaron que en algunos casos se hiciera una intervención extraordinaria, pero para los partos normales no lo veían necesario, ya que el dolor del parto era algo natural.

Por su parte, Simpson tenía claro que había que poner fin a ese sufrimiento de las mujeres. Tras cuatro años utilizando cloroformo, escribe: “Cada vez estoy más a gusto con la utilización del cloroformo en la matrona, y a veces me pregunto cómo van a recibir nuestros nietos el enfrentamiento que está siendo esto”.

Además de la anestesia, la obstetra de Edimburgo aportó más. Por ejemplo, destacó la importancia de monitorizar los latidos cardiacos del feto, entre otras cosas porque observó que en muchas ocasiones el amortiguamiento de los latidos es una señal de riesgo fetal. Y sugirió que con el parto se podía salvar la vida del niño en algunos casos de riesgo.

Ed. Manu Ortega Santos

Inventó los “fórceps de Simpson”, mucho mejores que los existentes, y se utilizaron mucho después. Y también inventó un dispositivo de extracción por absorción, precursor de la ventosa obstétrica, cien años antes del desarrollo de las ventosas.

Por otra parte, apostó por la integración de las matronas en los hospitales. Y prestó mucha atención a las infecciones de las celebraciones. La fiebre puerperal causaba la mitad de las muertes de las madres. Simpson dedujo que la fiebre puerperal y la fiebre postquirúrgica eran algo parecido y que ambas eran muy contagiosas. Y argumentó que la desinfección de manos e instrumentos por parte de los médicos podría reducir considerablemente estas infecciones.

Advirtió de las consecuencias negativas de la acumulación excesiva de pacientes en los hospitales y mostró que las tasas de mortalidad estaban íntimamente relacionadas con las condiciones deficientes de los hospitales y las infecciones postoperatorias estaban muy relacionadas con el diseño inadecuado de los hospitales, la mala ventilación y los problemas de gestión. Y que era necesario construir mejores hospitales.

Y también investigó otros temas, como el hermafroditismo, tema totalmente tabú en aquella época. También arqueología. También analizó las ideas del creador de la meopatía Samuel Hahnemann. Concluyó que no tenían ninguna base.

Sin embargo, el cloroformo fue el que más sonó. A pesar de su gran rivalidad, fue extendiéndose por Escocia utilizarlo en partos. Y a Simpso llegaban cada vez más mujeres, incluso desde el extranjero.

El 7 de abril de 1953, el Dr. John Snow concedió a la Reina Vikto­ria la mitad del Príncipe Leopoldo. Entonces se silenciaron las críticas.

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