Dolor en el cerebro
2025/03/01 Echeazarra Escudero, Leyre - UPV/EHUko Farmazia Fakultateko irakaslea eta ikertzailea. Fisiologia Saila | Aguirrezabal Bazterrika, Iñaki - Osakidetzako familia-medikua. Minari Modu Aktiboan Aurre Egiteko Unitatea (Salburuako Osasun Zentroa) Iturria: Elhuyar aldizkaria
“Me duele. Me duele bastante a la cabeza, pero es normal. En mi familia siempre hemos tenido migrañas, sobre todo cuando sopla el viento del sur. También le pasa a la madre. También le ocurría a mi madre. Es una cuestión familiar. Lo peor es que las medicinas no me hacen nada y no puedo hacer nada. Estoy desesperado”.

El dolor es una experiencia sensorial y emocional compleja que puede estar relacionada con el daño textil o no [4]. Es una señal del sistema nervioso que indica que algo puede estar mal en el cuerpo. Puede ser aguda o persistente y puede ser muy diferente en intensidad, duración y calidad.

Desde el punto de vista biológico, el dolor desempeña una función esencial de protección como señal de advertencia, ya que nos hace reaccionar para alejarnos de la fuente del daño, con el fin de prevenir un mayor daño [2]. Un ejemplo claro, en el que la función protectora del dolor se ve bien, es la reacción que se produce al tocar un elemento demasiado caliente, como la llama. Al tocar el elemento caliente, se estimula a los receptores* del daño de nuestra piel, también llamados “nocionores”, ya que detectan el calor como estímulo perjudicial. Posteriormente se produce la transducción, es decir, el estímulo perjudicial (o potencialmente perjudicial) se transforma en impulso eléctrico en las neuronas. A continuación, estos conceptuales envían una señal de peligro de los nervios a la médula espinal y rápidamente se produce el reflejo automático de retirada. Esto significa que la médula espinal ha enviado una señal de respuesta a los músculos de la mano antes de que la mente procese por completo la señal de peligro, para alejarnos de la fuente de calor lo más rápidamente posible. Esta señal de peligro llega incluso al cerebro a través de un proceso denominado transmisión. En él se procesa la información de lo que está sucediendo. Por un lado, la señal llega a la piel sensorial, lo que permite saber dónde se encuentra el estímulo doloroso en el cuerpo. Por otro lado, la señal llega al sistema límbico, que modula el aspecto emocional del dolor. También se llega a la piel prefrontal, que nos permite interpretar el significado del dolor y decidir cómo responder ante él. Una vez procesada toda esta información, se produce la percepción del dolor. Una vez alejada de la fuente del daño (en este caso, de la llama) y a medida que se sanan los daños textiles, el dolor se modera lentamente hasta su desaparición [11] [24].
Sin embargo, en algunos casos, la sensación de dolor no desaparece aunque se solucione la causa inicial y se prolonga en el tiempo hasta que se vuelve patológica [23]. Este dolor permanente (también llamado dolor crónico) ya no cumple una función de advertencia o protección y puede perjudicar la calidad de vida de la persona. Por otro lado, la persistencia del dolor tras la curación del daño textil inicial indica que el dolor se ha vuelto independiente del daño físico. Esto se debe a que el sistema nervioso puede estar sensibilizado o “interpretado mal” de las señales, provocando dolor incluso sin lesión activa.
El dolor y el daño no son lo mismo
Dos personas con la misma lesión pueden sentir diferentes grados de intensidad del dolor. Es más, una persona puede sentir dolor sin ningún tipo de daño. Por lo tanto, podemos decir que el dolor y el daño tisular no son lo mismo, aunque muchas veces estén relacionados. La lesión se refiere a la lesión física o alteración de los tejidos del cuerpo. El dolor, sin embargo, es una experiencia sensorial y emocional subjetiva, es decir, se produce a partir de estímulos que el cuerpo considera perjudiciales [2] [5] [22].
Como ya hemos dicho, pueden existir lesiones sin síntomas, es decir, podemos sentir dolor (constante, a veces), incluso sin daño tisular. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con las personas que sufren el síndrome del “dolor fantasma” [21]. Al parecer, el cerebro conserva un “mapa” de un cuerpo y una rama de la vida que ya no existe y continúa considerándolo doloroso aunque no se haya producido ningún daño.
También puede darse una situación opuesta, es decir, puede haber un daño significativo en los tejidos sin que se sienta doloroso. Esto le ocurrió a un joven de 32 años, Dante Autullo, de Illinois (Estados Unidos). En 2012, Dante, que estaba construyendo una cabaña, disparó involuntariamente a la pistola de clavo. Sólo sintió una herida leve, se curó con facilidad y no le dio importancia. Al día siguiente, sin embargo, se sentía mareado y acudió al hospital. Al hacer la resonancia cerebral vieron que el clavo se le había incrustado en el cerebro [16].

El dolor está en el cerebro y siempre es real
El dolor, aunque se siente en diferentes partes del cuerpo, como la piel o los músculos, siempre se produce en el cerebro. La mente interpreta señales de daño y genera sensación de dolor. Por lo tanto, aunque a veces no haya daños en los tejidos, el dolor siempre es real.
El dolor es el resultado de la activación de una compleja red neuronal denominada “matriz del dolor” [18] [19]. Esta matriz funciona como un comité de evaluación formado por diferentes áreas cerebrales. Por ejemplo, cuando se detecta un estímulo dañino o doloroso, se activa la piel somatosentsorial, lo que permite identificar la posición e intensidad del dolor. También se activa la piel previa kingulada (implicada en la respuesta emocional al dolor) y la piel prefrontal, que nos ayuda a dar significado al estímulo doloroso y a decidir cómo debemos responder ante él. Estos ámbitos colaboran en la interpretación de la señal conceptual o de riesgo y en la evaluación continua del nivel de seguridad. Si el organismo considera que está en situación de peligro, provoca sensación de dolor.
Definimos de forma subjetiva el balance entre seguridad y riesgo. Esto lo hacemos a lo largo de la vida y está condicionado por las experiencias previas, la educación recibida, la cultura y las creencias. Así se entiende por qué aparecen a veces síntomas sin estímulo. Por ejemplo, cuando vemos una imagen de arañas o piojos, podemos empezar a sentir un picor incontrolable. Lo mismo puede suceder con la sensación de dolor, a veces el cerebro interpreta como una amenaza cosas que no son una amenaza real. Por ejemplo, cuando relacionamos el viento sur y el dolor de cabeza o los cambios meteorológicos con el dolor de rodilla. Todas estas relaciones se basan en creencias creadas a lo largo de la vida y condicionan la valoración que hace nuestra mente. Por otro lado, se ha demostrado que ver el sufrimiento de otras personas puede activar áreas relacionadas con el dolor en el cerebro del observador [20]. Tal y como afirman los autores de Explain Pain, David Butler y Lorimer Moseley, “el dolor existirá cuando la evidencia de riesgo creíble es mayor que la evidencia creíble de seguridad” (8). En otras palabras, el dolor existe cuando la persona dice que siente dolor [17].
El dolor se aprende
La mente, además de reaccionar ante el mundo en el que vivimos, actualiza constantemente su propio modelo interno sobre el mundo. Construimos este modelo interior a partir de experiencias pasadas y expectativas de futuro, y nos sirve para predecir qué va a pasar. Parece que nuestra mente interpreta la realidad de manera inconscientemente que se asegure la confirmación de creencias propias. Siendo así, damos más peso a la información que confirma nuestras creencias o hipótesis previas (y, por tanto, a la información que da orden y sentido a nuestro mundo). Por el contrario, lo rechazamos o restamos importancia a la evidencia que actúa contra ellos. A esto se le llama “tendencia a afirmar” [13].

Este fenómeno se da también en las ideas políticas o creencias, así como en la experiencia del dolor. Esta tendencia a la ratificación de nuestras creencias puede empeorar la experiencia dolorosa y reforzar las convicciones negativas sobre el tratamiento o pronóstico. Por ejemplo, cuando una persona predice que el dolor que va a sentir va a ser incontrolable o va a empeorar después de determinados tratamientos o debido a condiciones externas como el clima, puede buscar información que lo confirme, de forma inconsciente, para confirmar esas creencias pesimistas. Este fenómeno se conoce como “efecto noveno” [12].
Es importante que las personas (tanto pacientes como profesionales de la salud) identifiquen e interpelen las convicciones limitativas o negativas sobre el dolor para no agravar la sensación de dolor [9]. Para ello es necesario tener en cuenta otras opiniones que se distancian de la perspectiva de uno mismo y buscar información basada en la evidencia científica. Existen herramientas y tratamientos útiles para ayudar a los pacientes, como la terapia cognitiva conductual, el ejercicio terapéutico y la educación en neurociencia del dolor. En esta línea están trabajando las Unidades de Lucha Activa Minera que se están creando en varias Comunidades Autónomas. El primero nació en Valladolid en 2019 y el segundo se puso en marcha en Vitoria en noviembre de 2023 [10]. En estas unidades, fisioterapeutas, enfermeros y médicos de familia colaboran para tratar a pacientes con migraña, fibromialgia y dolor de espalda persistente. Los resultados obtenidos para una mejor gestión del dolor están siendo muy positivos y esperanzadores [1] [3] [6][15].
Final: donde se pone el foco, ahí está la atención
Como hemos visto, nuestro cerebro no es un mero receptor pasivo de estímulos, sino un agente que construye subjetivamente la percepción de la realidad. Esto nos lleva a replantear cómo debemos entender el dolor: más allá de una simple reacción física, el dolor es una experiencia subjetiva, adaptada por nuestras expectativas, experiencias previas y el contexto en el que estamos.
La activación de la “Matriz del dolor” provoca una sensación de dolor que puede modularse. Las emociones, el estrés, las creencias, las esperanzas y la atención que ponemos en el dolor, entre otras cosas, pueden influir en la manera de sentir el dolor. En algunas personas, la “matriz del dolor” se vuelve hipersensible, por lo que el dolor puede surgir incluso sin estímulos nocivos y, a veces, se vuelve crónico. En las Unidades de Prevención Activa del Dolor, donde se realizan ejercicios terapéuticos y se ofrece educación científica en el dolor, se están ofreciendo esperanzas y herramientas útiles para ayudar a las personas que sufren un dolor duradero a mejorar su calidad de vida. ¡Gracias por vuestro trabajo!
“Si cambias los ingredientes
que utiliza la mente para crear
emoción, puedes transformar tu vida emocional”.
(Barrett, 2017)
Bibliografía
[1] Aguirrezabal, I., Pérez de San Román, M. S., Cobos, R., et al. 2019. “Effectiveness of a primary care-based group educational intervention in the management of patients with migraine: A randomized controlled trial”. Primary Health Care Research & Development, 20, e155
[2] Aguirrezabal, I., A. C., Urquiza, M. N. y Aguirre, I. M. 2024. Fisiopatología del dolor. FMC. Formación Médica Continuada en Atención Primaria, 31(8), 450-455.
[3] Areso-Bóveda, p. B., Mambrillas-Varela, J. García Gómez, B., Moscosio-Cuevas, J. I. Manuel González, J. Arnaiz Rodríguez, E., et al. 2022. “Effectiveness of a group intervention using pain neuroscience education and exercise in women with fibromyalgia: A pragmatic controlled study in primary care”. BMC Musculoskeletal Disorders, 23(1), 323.
[4] Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP). 2022. Revised definition of pain.
[5] Baliki, M. N., & Apkarian, A. 5. 2015. “Nociception pain, negative moods, and behavior selection”. Neuron, 87(3), 474–491.
[6] Barriña-Cuadra, M. J., et al. 2021. “Effectiveness of a structured group intervention based on pain neuroscience education for patients with fibromyalgia in primary care: A multicentre randomized open-label controlled trial”. European Journal of Pain, 25(1), 1–13.
[7] Barrett, L. F. 2017. How emotions are made: The secret life of the brain. Houghton Mifflin Harcourt, Boston.
[8] Butler, D. S. y Moseley, G. L. 2013. Explain Pain (2ª) ed. ). Noigroup Publications, Adelaida.
[9] Darlow, B. 2016. “The confluence of client, clinician and community”. International Journal of Osteopathic Medicine, 20, 53–61.
[10] Gobierno Vasco. 2024. “La unidad de atención al dolor de Osakidetza ha tratado a 768 pacientes en el primer
año”. [11] Ferrándiz, M. 2006. Fisiopatología del dolor. Sociedad Catalana d’Anestesiología, Reanimació i Terapèutica del Dolor.
[12] Ferreres, J. Baños, J.-E. y Farré, M. 2004. Efecto nocebo: la otra cara del placebo”. Medicina Clínica, 122(20), 511–516.
[13] En Friston, K. 2005. “A theory of cortical responses”. Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, 360(1456), 815–836.
[14] Fundación Grünenthal & Observatorio del Dolor de la Universidad de Cádiz. 2022. Barómetro del dolor crónico en España 2022. Fundación Grünenthal.
[15] Galán-Martín, M. A., Montero Cuadrado, F., Lluch-Girbés, E., Coca-López, M. C., Mayo-Iscar, A., y Cuesta - Vargas, A. 2019. “Pain neuroscience education and physical exercise for patients with chronic spinal pain in primary healthcare: A randomised trial protocol”. BMC Musculoskeletal Disorders, 20(1), 505.
Main, F. 2012. “‘Unfreaking-believable’: fiance says Orland man recovering from nail in his brain”. Chicago Sun-Times.
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[19] Moseley, G. L. 2003. “A pain neuromatrix approach to patients with chronic pain” Therapy, 8(3), 130–140.
Osborn, J., y Derbyshire, S. El doctor W. El doctor G. 2010. “Pain sensation evoked by observing injury in others”. Pain, 148(2), 268–274.
[21] Villaseñor Moreno, J. C., Escobar Reyes, V H., Sánchez Ortiz, A. O., y Quintero Gómez, I. J. 2014. “Dolor de miembro fantasma: fisiopatología y tratamiento”. Especialidades Quirúrgicas, 19–1, 62–68.
[22] Wall, P. -¡Caramba, señor! 1986. “The relationship of perceived pain to afferent nerve impulses”. Trends in Neurosciences, 9(12), 435–439.
[23] Woolf, C. J. 2011. “Central sensitization: Implications for the diagnosis and treatment of pain”. Pain, 152(3), S2– S15.
[24] Zegarra, J. El doctor W. 2007. Bases fisiopatológicas del dolor”. Acta Médica Peruana, 24(2), 35-38.
