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Karl von Frisch: Bailando con las abejas

2018/11/30 Etxebeste Aduriz, Egoitz - Elhuyar Zientzia Iturria: Elhuyar aldizkaria

Ed. Manu Ortega/CC BY-NC-ND

Múnich, principios de 1941. Al ver aquella carta que venía de la Universidad, sospechó. “...te obligamos a marcarte, según la ley de 1937, porque no cumples los requisitos para ser profesor”. Anteriormente ya había sido advertida porque en su laboratorio tomaba demasiados judíos. Y allí se encontraron con una abuela judía de origen, por lo que no era un oso. Esta vez no veía escapatoria.

Varios compañeros intentaron apoyarse para que siguiera en la universidad. Pero finalmente las abejas lo salvarían. En aquellos años miles de colmenas estaban perdiendo por toda Europa, debido al hongo parásito Nosema. El problema era grave, más en tiempos de guerra, cuando los alimentos eran escasos. La pérdida de polinizantes tan importantes para la producción de alimentos podría ser un desastre. Se creó la “Comisión Especial Nosema”, que fue autorizada por el Ministerio de Alimentos para seguir investigando. Según el presidente, “Karl von Frisch era el investigador de abeja más exitoso del mundo”. No se equivocaba, 30 años después se le había concedido el premio Nobel por su trabajo con las abejas.

Karl von Frisch gustó a los animales desde la infancia. Nació en Viena en 1886. En un diario de época escolar se recoge que en la habitación llegó a tener 123 especies de animales: “9 especies de mamíferos, 16 especies de aves, 26 vertebrados terrestres de sangre fría, 27 peces y 45 invertebrados”. La pasión de von Frisch era observar su comportamiento. Y también publicó algunas observaciones en una revista para naturalistas amateurs, como cuando descubrió que sus anémonas marinas del acuario, a pesar de no tener ojo, respondían a la luz.

Siguiendo los pasos de su padre, empezó a estudiar Medicina en la Universidad de Viena. Pero su camino no se dio cuenta y, a mediados del tercer curso, abandonó la Medicina y se trasladó a la Universidad de Munich para estudiar Zoología. En su tesis doctoral investigó la percepción luminosa de los escudos y el cambio de color. Descubrió que los escudos tienen sobre su cabeza un “tercer ojo primitivo” que cambia de color en función de la luz que recibe.

En contra de lo que se pensaba entonces, demostró que los peces tenían oído. Cuando les daba la comida, al txistu, los peces aprendían a atar el txistu con la comida; y al escucharlo, buscaban comida, aunque no había comida.

Comenzó a experimentar con las abejas hacia 1912. Para empezar, quería demostrar que podían ver los colores. Se pensaba que los insectos no eran capaces de hacerlo. Sin embargo, Von Frisch no entendía entonces por qué las flores tenían ese color si no era para atraer a los polinizadores. Colocó un cartón azul entre otros de varios tonos grises y sobre el azul una bandeja llena de almíbar. Las abejas unían el almíbar con el cartón azul y una vez quitado el almíbar seguían yendo al azul, incluso cambiando la ubicación del cartón. Las abejas distinguían perfectamente los colores.

Ed. Manu Ortega/CC BY-NC-ND

Y se dio cuenta de otra cosa. Cuando las bandejas estaban vacías, de vez en cuando sólo aparecía alguna abeja exploradora. Pero si alguno de estos exploradores encontraba una bandeja llena, enseguida se llenaba la mesa de abejas. Von Frisch pensó que los exploradores pasaban algún aviso a la colmena.

Un día de 1919, el explorador descubría el almíbar de la bandeja, marcando con pintura los puntos, para ir a la colmena. “Casi no podía creer lo que estaban viendo mis ojos. El explorador bailaba en círculo mientras las abejas contiguas tocaban con las antenas. Luego las abejas fueron directamente a la bandeja”. Aquella danza era el aviso de que iban a buscar comida y vio que los exploradores les enseñaban con el olor lo que tenían que buscar. De esta forma se formaban grupos para cada una de las fuentes descubiertas por los exploradores.

Von Frisch, junto a la laguna de Wolfang, poseía las abejas de la familia en su casa para pasar el verano en los Alpes austríacos. Allí hacía la mayor parte de sus experimentos. En 1944, cuando los bombarderos aliados comenzaron a atacar a Múnich, miembros del equipo de von Frisch, cogieron del laboratorio todo el material que podían y se trasladaron a la casa la familia de von Frisch. Poco después, los laboratorios universitarios y la casa de von Frischen quedaron destruidos.

Ese verano hizo más sorprendentes sus descubrimientos sobre la danza de las abejas. En lugar de colocar la bandeja de almíbar cerca de la colmena, se le ocurrió colocarla a unos 150 metros. Dio olor a lavanda a la bandeja y colocó dos bandejas del mismo olor, una cerca del lugar donde se colocó el almíbar y otra cerca de la colmena. Quería ver cómo hacían la búsqueda las abejas que recibieron el aviso. Esperaba que empezaran a buscarse por el entorno de la colmena. “Para mi sorpresa, a la bandeja que hay junto a la colmena no acudió ninguna abeja, mientras que la que estaba lejos se llenó de abejas. ¿Era posible, en su ‘lengua’, tener una ‘palabra’ para la distancia?”, escribiría.

Tras once experimentos de este tipo, descubrió que el alimento estaba cerca o lejos, bailaban de una manera u otra. Cuando estaba cerca lo hacían en círculo y a partir de los 50 metros, haciendo ocho. Además, este ocho contenía información sobre la distancia y la dirección. Cuanto más lejos, más lentamente formaban el ocho y marcaban con la dirección de la parte recta de la danza el ángulo que formaba la fuente alimenticia con el sol.

“La danza de las abejas parece cómica. Pero no es cómico, sino tremendamente interesante. Es una de las cosas más fascinantes del mundo de los insectos. Y eso es decir mucho”, escribiría.

 

Bibliografía

HEIDBORN, T. (2010) “Dancing with bees”. Max Planck Research

KEARNEY, M. (2016): “Bees, Nazis and the Nobel prize: the amazing life of Karl von Frisch”. The Spectator

PAULSON, S. (2018): “Waggle Dancing with Karl von Frisch”. Otros Knowledge

VON FRISCH, K. (1967): “A biologist remembers”. Pergamon Press

VON FRISCH, K. (1973): “Decoding the language of the bee”. Nobel Lecture

WINSTON, M. L. (2016): “Ethology: Intrepid translator of the hive”. Nature

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